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Culmina la temporada de exposiciones del verano y con ella, la muestra de los fotógrafos Bleda y Rosa en las salas de la Fundación ICO en Madrid en la que desplegaron, en formato videoinstalación, las series en las que han venido trabajando en los últimos ... años. La acertada proyección de las imágenes fotográficas a gran escala y con un ritmo pautado requiere una observación atenta, una cadencia que conduce a un cierto ensimismamiento reflexivo. Ante nuestros ojos se suceden 'Campos de batalla', 'Estancias' o 'Memoriales', todos y cada uno de los proyectos realizados en 30 años de producción, que ahora se complementan, entremezclan y dialogan entre sí en la sala oscura.
Abordar temas como el fluir de lo temporal y la transformación de los paisajes o el espacio como lugar de memoria, es una forma de enfrentarnos al pasado y percibir tanto el sedimento que queda de la experiencia como las formas de ver y evocar los acontecimientos que se van sucediendo a lo largo de la historia. El paisaje se configura como lugar de reminiscencia y la fotografía como documento de ese paso del tiempo.
Huella, inscripción, indicio, registro, archivo, itinerario, residuo, escenario, hábitat son algunos de los focos en los que incide esta pareja de artistas.
Aprovecho los últimos días de la exposición de Javier Arce en la Sala Robayera en Cantabria, y por una lejana asociación con las obras que contemplamos, alguien me comenta que acaba de descubrir al artista inglés Samuel Palmer, que vivió durante una década (a partir de 1826), en una cabaña apodada «Rat Abbey». Seguidor de Turner y William Blake, este pintor romántico, visionario y místico, representaba el paisaje que rodeaba su habitáculo como un semi-paraíso. Especialmente enigmáticos son sus cuadros nocturnos, donde la naturaleza desbordante se vislumbra misteriosa a la luz de la luna y las estrellas. Palmer además ilustró en acuarelas poemas de Milton, siendo él mismo escritor, como buen hijo de librero.
No tiene igual intención Javier Arce al recopilar para la muestra los poemas que recibió durante años de Kevin Power; solo quiere evocar en imágenes las palabras de su amigo, internándose así en un espacio y territorio compartido (con él) de la profunda Cantabria. Javier, inmerso en el entorno natural de su cabaña, en la que también habita, pinta lo que bordea su casa. Y es de la chimenea en que se calienta de donde obtiene las ramas para autofabricar sus bastidores. En ellos templa el lino y deposita la pintura a modo de experiencia del lugar: «El sendero a la cabaña, la bruma, los árboles, la humedad, las flores silvestres, la luna, el arroyo, la lluvia, la niebla y, en general, los instantes fugaces», son componentes esenciales de su obra, que el artista enumera.
Palmer, Arce o Bleda y Rosa observan la naturaleza, la sienten y se sumergen en ella. El primero desde la contemplación sublime y subyugante, los segundos mediante la transformación de la naturaleza en mirada consciente, en paisaje y cultura, mientras que el último la vuelve emoción y experiencia.
En 'Una temporada en Tinker Creek', Annie Dillard desmenuza con intención el territorio. Apostada en una choza, experimenta la naturaleza salvaje de los Apalaches mientras describe animales, pájaros, árboles y plantas bañados por el sonido del arroyo. El libro es todo un homenaje espiritual a la creación. La escritora se adentra en lo más hondo de la tierra, refugio de insectos y larvas, y transita de lo minúsculo o lo grandioso. Al igual que Javier exclama al final de la carta-texto del bello catálogo-sobre que recoge la muestra: «Todo está ahí».
Seguimos aprendiendo de la senda labrada por Whitman y Thoreau, pero aún nos queda abrazar con más consciencia la naturaleza, el paisaje y el territorio; de una forma que nos permita mostrarnos más activos en la imperiosa y urgente necesidad de proteger desde el más cercano entorno rural hasta la totalidad de nuestro planeta.
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