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Con el mismo sentido en que se habla de socialismo real (URSS) y un servidor ha hablado de liberalismo real (USA), ahora me gustaría hablar sobre el anarquismo: la paradoja de que los libertarios se abracen, a efectos reales, al autoritarismo y menosprecien la democracia ... liberal.
G. K. Chesterton, el gran maestro de la paradoja (una por página cuando no por párrafo), crea una brillante ilustración del asunto en 'El hombre que fue jueves', su novela más celebrada y a mi juicio entre las mejores del siglo XX. Freud hubiera dicho que el libertario, asustado por las consecuencias de su querencia –la anarquía– inconscientemente recurre al autoritarismo para poner orden en el caos. La famosa ley de las compensaciones tan inherente a la naturaleza humana, también conocida como Ley del péndulo.
El protagonista de la historia de Chesterton, Syme (que en inglés suena como 'Say me', lo que podría traducirse por 'digamos yo') es también el hombre que será Jueves, uno de los siete miembros dirigentes de una supuesta secta anarquista. Syme, quien se considera poeta racionalista (clara paradoja), se encuentra por azar en medio de una reunión de la secta donde se va a elegir a un nuevo miembro para ocupar el sillón de Jueves. Syme se las arregla para salir elegido; pero su intención es disolver esa secta de nihilistas, que va contra todos los principios de ley y orden. Un asunto más complejo de lo que parece. Al salir de la reunión se encuentra con un policía intelectual (otra paradoja) que le recluta para formar parte de un cuerpo especial de antianarquistas. El líder de la secta anarquista, Domingo, propondrá llevar a cabo un magnicidio que desencadenaría una gran guerra europea (sorpresa: la novela se publicó en 1908 y el atentado anarquista de Sarajevo ocurrió en 1914). Syme toma la firme decisión de impedirlo.
A medida que transcurre la historia, Syme va descubriendo que los miembros de la junta directiva –cada sillón un día de la semana– también forman parte del cuerpo policial de antianarquistas, con la excepción del jefe supremo. Y, a medida que se identifican mutuamente, se conjuran para terminar con Domingo, a sus ojos una encarnación de Lucifer. Esta comedia de enredo adquirirá al final un declarado tono de farsa: un supuesto comando de anarquistas (que resultarán ser policías) persigue a muerte a los supuestos dirigentes (que en realidad son antianarquistas). Tras una batalla campal, parecen aclararse los malentendidos; pero, a continuación, los seis días de la semana se encuentran perplejos con la invitación a un gran festejo organizado por Domingo.
Se trata de un gran baile de disfraces, presidido por los siete días de la semana. Cada día con un disfraz alegórico al día de la creación bíblica que cada cual representa. Domingo, día del Señor, aparece disfrazado de Dios. Un dios como Jano, pues también es Lucifer. En efecto, Domingo es un trasunto del autor de la novela y, como tal, gran creador de la historia y todos los personajes; policías fácilmente confundibles con anarquistas y viceversa. Descubrimos que Domingo no solo es el creador de la secta anarquista sino que dirige el cuerpo de antianarquistas. Se había encargado de reclutar primero a cada uno de los miembros de la junta directiva para luego reclutarlos en el comando antianarquista. Las aviesas intenciones de Chesterton se hacen manifiestas: en cada anarquista hay un policía y viceversa. Para Chesterton, empezando por él mismo, los humanos somos esencialmente paradójicos: a la vez anarquistas y agentes del orden; cristianos practicantes y agnósticos; por veces prudentes y otras enloquecidos; nos hemos amado con tanta tristeza, nos hemos peleado por tanto tiempo, pero éramos hermanos y no perdimos nuestro íntimo honor a pesar de que el caos nos torturó para quitárnoslo; desde el principio nuestro padre o nuestro amigo, ¿por qué también nuestro mayor enemigo?; por ti lloramos, de ti huimos aterrorizados, ¿y dices que eres la paz de Dios?; experimentamos ataques de furor y proclamamos la paz. ¡Parece tan estúpido situarse a ambos lados y luchar contra nosotros mismos!
Solo unos pocos, muy pocos, son anarquistas puros –el personaje de Gregory en la novela–, nihilistas que ansían destruir el mundo humanizado y desaparecer con él, un mundo que nunca debiera haber tenido lugar, para restituir a la naturaleza lo que es de la naturaleza. Y solo hay muy pocos espíritus puros –Syme en la novela– a los que el anarquista apunta con un dedo acusador: «Los que nunca habéis odiado es porque nunca habéis vivido. Representáis el poder, sois la ley que nunca ha sido rota, ¿pero hay un solo ser viviente que no sueñe con romperla y romperos? El único pecado imperdonable del gobierno es que gobierna, el imperdonable pecado del poder supremo es ser supremo».
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