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Los que temían que Sánchez no renunciaría, contentos porque han acertado en la apuesta; los que le rogaban que no renunciase, porque sus súplicas han sido escuchadas. Todos jodidos… pero contentos.
55 años después, aún recuerdo cómo terminó la entrevista que conduciría a mi primer ... trabajo profesional. El director de la fábrica se había formado una buena impresión; pero dada mi escasa experiencia le quedaba la duda de si la realidad respondería a las expectativas. «No se preocupe por eso» –le dije, «si no respondo, yo mismo presentaré mi renuncia; no hará falta que usted me lo diga». Oído lo cual, él afirmó: «No espero menos». Está claro que no es este el mundo en que ahora vivimos.
Nunca he imaginado a Sánchez como un personaje frío y calculador. Si algo cruzó mi mente cuando publicó la carta del 24 de abril es que había sido un acto impulsivo, una reacción emocional. No es la primera vez que hace lo contrario de lo que haría un político frío y calculador. Otra cosa es que la intuición le inspire, cuando su supervivencia política está en juego, para sortear el peligro y salir de los callejones en que él mismo se ha metido.
El problema es que depender de un personaje así, en las circunstancias por las que atraviesa el país, no inspira la confianza necesaria para confiar en que conseguirá sacarnos del marasmo político en que nos encontramos. Tiene razón Sánchez cuando dice que él –y últimamente su familia– son víctimas de una campaña de acoso y derribo como no recuerdo haber visto con anterioridad. La campaña contra Aznar con motivo de la guerra de Irak, el antecedente más próximo que se me ocurre, fue un juego de niños comparada con esta; no tanto en intensidad como en duración, lleva no menos de 5 años. «Tiene razón pero va preso» (dicho venezolano) por el hecho de que él es parte del problema y no de la solución.
¿Cuándo se jodió el Perú, es decir, el sistema político español de 1978? Precisamente en algún punto entre el último gobierno de González y el primero de Aznar (asesorado este por Miguel Ángel Rodríguez, actual asesor de Isabel Ayuso). Precisamente a partir de ese punto el PSOE y el PP empezaron a tratarse como enemigos irreconciliables, y la marea no ha cesado de subir hasta anegar todo el terreno de juego.
El terreno, perdón por mi insistencia, es un atolladero en el que está empantanada una clase política que no se harta de manipular, tergiversar, fabricar infundios, comprar voluntades, convertir los medios de comunicación en terminales mediáticas, utilizar los poderes del estado para llevar a cabo operaciones de la más baja estofa cada vez con mayor desvergüenza. El Templo de la Democracia convertido en una gallera donde se cruzan insultos y apuestas…, todo menos planteamientos constructivos sobre los problemas que tienen sumidos a los españoles si no en la más olímpica indiferencia en el mayor de los desconciertos.
Quién más quién menos, desengañados y sin esperanza de que la situación llegue a recomponerse. No, en esta feria de ganado en que han convertido el Congreso. No con estos, más feriantes que políticos con fuste. Prueba irrefutable de que «en España están desapareciendo los códigos morales compartidos. No porque las ideas resulten diferentes sino porque no hay ideas» (Javier Melero). La degradación del diálogo a la que se ha llegado solo presagia aquello de que «partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria» (Groucho).
Sánchez tiene razón respecto a su esposa; pero días antes su entorno utilizó la misma estratagema con la actual pareja de Ayuso. Y lo del novio de Ayuso vino a cuento del caso Koldo. Y el caso Koldo forma parte de la operación de acoso y derribo… Y así podemos remontarnos hasta la época de Aznar. Todos ellos, víctimas de una manera de hacer política que los lleva paso a paso a precipitarse por el despeñadero.
Para sacar al país del citado marasmo se necesita a alguien que esté por encima de dicho marasmo. El problema es que la sordidez, la mezquindad, la rapacidad, la falta de altura de miras, el repudio de la generosidad, la indecencia… crean hábitos: «He vivido tanto tiempo entre los ruines que me he convertido en uno de ellos» (Elías Canetti). Difícil encontrar una aguja en este pajar.
Sánchez está hundido en el barro que denuncia tanto o más que los denunciados. Cuando uno es o lo han convertido en el padre de todas las discordias, lo mejor que puede hacer, sea justo o injusto, es recoger los bártulos e irse con la música o a otra parte. Es y le han hecho parte del problema y por tanto está imposibilitado para solucionarlo.
«Si te conviertes en objeto de odio, siempre habrá quien te odie» (Salman Rushdie).
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