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Leyendo una crítica de Chateaubriand a la restauración conservadora tras la Revolución Francesa, no he podido por menos de asociarla con mi crítica (DM 2/9/24) a la derecha española ante su potencial restauración tras la revolución socialista. Decía Chateaubriand: «Ocupados en la miserable ... lucha de vulgares ambiciones han dejado que Francia marche sin guía».
Puedo entender que la urgencia del momento –derrocar a Sánchez– les lleve a no querer que el personal se distraiga con especulaciones sobre el proyecto que debe guiar la futura restauración; pero ello no los exime de la necesidad de tener un proyecto bien definido de cara al futuro. Mi actual percepción es que tal proyecto no existe; sólo percibo, ay, lo mismo que decía Chateaubriand. Ya que estamos en ello permítanme seguir el hilo de aquella restauración francesa, con la sana intención de sacar algunas conclusiones aplicables al caso que nos ocupa.
El conservador Chateaubriand continuaba así su reflexión: «Los conservadores están a punto de abismarse: En lo religioso, filosófico y político, la sociedad pertenecerá a unos hijos extraños a las costumbres de sus abuelos. La semilla de las nuevas ideas ha fertilizado en todas partes, en vano se querrá destruirla: podemos cultivar la naciente planta, despojarla de su veneno, hacer que dé un fruto saludable; pero no es posible arrancarla. La ilusión de creer que esa sociedad ya no podrá producir otras revoluciones es deplorable».
Cuatro años después se instauró una nueva monarquía, que hizo grandes esfuerzos para encontrar una solución conciliadora al problema de encauzar productivamente la herencia revolucionaria. Francois Guizot, ministro de Instrucción Pública, lideró el partido conservador y puso en marcha una política de resistencia al partido repúblicano, que amenazaba la existencia de la monarquía; pero lejos de rechazar de lleno la herencia revolucionaria, recurrió al reconocimiento de esa parte de su legado que desafiaba al poder absoluto, potenciando el parlamento y la participación del pueblo llano en las asambleas de los Estados Generales.
Guizot introdujo, pues, una nueva forma de gobierno síntesis del pasado y el presente, en una monarquía reformada que aprovechaba con moderación lo mejor del legado revolucionario. La fórmula fue bautizada como «todo se renueva hoy sin romper la tradición». Reivindicaba la revolución francesa a la vez que la encarrilaba por vías no revolucionarias. Con eso y con todo la iniciativa de Guizot no fue suficiente: los monárquicos se empeñaron en finiquitar la revolución; los revolucionarios se fueron decantando hacia una oposición a la nueva monarquía, y la reivindicación del jacobinismo.
El asunto terminaría en una nueva explosión Revolucionaria en 1848, que puso fin a la monarquía y proclamó la II República; lo cual daría paso al emperador Napoleón III (r. 1852-1870) que se presentó como defensor de la democracia para dar un golpe de Estado. La cosa no quedó ahí. En 1863 se produciría otra explosión revolucionaria: La Comuna de París. Esto llevó a Napoleón III a abrir el sistema hacia el liberalismo e incluso a flirtear con el socialismo utópico –derecho de huelga, organizaciones sindicales– sin dejar de ser Imperial y autoritario. En 1870 fue derrotado por Bismarck (guerra franco-prusiana); lo cual resultó en la dimisión de Napoleón III y la proclamación de la III República. Forma de Estado que se mantiene hasta nuestros días.
En total transcurrió cerca de un siglo (1789-1870) entre la revolución y la consolidación del sistema político francés, que hoy va por la V República y no tiene trazas de ser la última. A donde quiero llegar es a que el melón que se abrió con la muerte de Francisco Franco en 1976 no se ha terminado de cerrar. Estas serían algunas de las conclusiones que pueden extraerse:
–Como muy bien supo ver Chateaubriand en su día, hoy podemos decir que la cultura religiosa, filosófica y política que predomina en España tiene poco que ver con las costumbres de quienes frisamos los ochenta.
–Guizot escribió a raíz de la Comuna de París: «Los adversarios de la Revolución Francesa se equivocan cuando la atacan indiscriminadamente: después de sus errores y retrocesos la revolución sigue su curso y hace conquistas en todas partes. Ella es hija del pasado y madre del porvenir». Apliquémonos el cuento.
–A lo único que puede y debe aspirar el político genuinamente conservador es a cultivar la nueva planta, despojarla de su veneno y hacer que dé frutos saludables.
–Como intentó la nueva monarquía francesa tras la implosión del jacobinismo, hoy, en España, no deben ahorrarse esfuerzos para encontrar salidas que encaucen productivamente la herencia revolucionaria.
–No hay soluciones sencillas a los problemas complejos. Las soluciones que se van aplicando son siempre provisionales. Y este interminable proceso va a llevar mucho tiempo (perdón por la redundancia) según puede colegirse de la evolución del asunto entre nuestros vecinos del norte.
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