Secciones
Servicios
Destacamos
Más claro en unos países que en otros; pero cada vez es más evidente que el sistema democrático ha entrado en crisis, y cuanto más dure ésta más le costará salir. La dificultad persiste porque el sistema se ha engolfado en una perniciosa espiral descendente ... y da vueltas sobre sí misma sin encontrar escapatoria. Como la fuerza de la gravedad, atrae hacia su centro todas las cosas y no las permite escapar de su atmósfera. La atmósfera política cada vez resulta más irrespirable, si no se pone remedio traspasaremos el punto de no retorno… ¡hacia alguna variante de la autocracia!
El mecanismo pernicioso consiste en que el disenso resulta más rentable para los políticos que el consenso. Como consecuencia, ni el gobernante ni la oposición reciben el suficiente estímulo para exponer con claridad sus programas de gobierno, e identificar puntos de encuentro sobre los que construir nuestro proyecto de vida en común.
Así pues, hacerse con el poder y no soltarlo resulta ser el único objetivo claro de sus programas. El resto de cada programa es genérico y contingente, de modo que no resulte un obstáculo para la realización del primer objetivo. Como programas, en sí, no pasan de ser papel mojado; procuran no dar pistas al contrincante para que no las utilice en su contra. Porque el contrincante solo busca encontrar en el programa del oponente aquellos elementos que servirán para desprestigiarlo y deslegitimarlo, hasta desgastarle sin remedio.
Prisioneros en esta espiral, la temperatura de la confrontación no deja de elevarse, suben los decibelios y el calibre de los insultos es cada vez mayor, el odio y el sectarismo llevan sin remedio a una guerra civil fría. Es decir, los mecanismos de la democracia dejan de funcionar del modo y manera para el que habían sido concebidos, y funcionan en sentido contrario; una marcha atrás que desanda todo el camino recorrido con anterioridad.
Maquiavelo dice en 'El Príncipe' (capítulo XVII), «todos los hombres son desagradecidos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro, avaros con sus propias ganancias»; y en el capítulo siguiente sostiene que un gobernante puede romper un acuerdo siempre que le resulte conveniente, dado que la otra parte está siempre predispuesta a hacer lo propio: «puesto que los hombres son malos, y no van a cumplir sus promesas, uno no está obligado a cumplir las propias». Según Maquiavelo, el éxito en la vida proviene del claro reconocimiento de la bajeza humana, y la fría voluntad de manipularla. Además, en su mayoría son idiotas, al engañador nunca le faltarán incautos. Pareciera estar escrito pensando en nuestros actuales políticos, como si hubieran dado un salto atrás de 500 años.
El ejemplo español me servirá para ilustrarlo. La situación política actual más parece una farsa de la de 1936, que una variante de la de 1978. En 1978, el gobierno de Suárez se sentó con la oposición –una oposición que predicaba abiertamente un cambio de régimen– y consensuó una constitución que, cuatro años más tarde, permitiría gobernar al partido socialista; no sin que antes se produjera un intento de golpe de estado contra el propio Suárez. Felipe González, que gobernaría durante 14 años, se encargó de poner en práctica los cambios más significativos inscritos en la Constitución de 1978. Y lo hizo consensuando con la oposición, entonces liderada por Fraga: la reforma territorial de España, creando 17 autonomías; su entrada en la OTAN; una reforma económica que le llevó a enfrentarse a Comisiones Obreras y UGT, su propio sindicato; el acceso a la Comunidad Europea…
En 1936 el partido socialista lideró un frente popular, en lugar de ceder el poder al partido más votado en las elecciones de febrero, la CEDA, que no tenía suficientes apoyos para formar gobierno. Lo que ocurrió a continuación fue la tragedia que culminaría en una guerra civil. La facción largo-caballerista del PSOE dio forma a un frente popular 'antifarcista', con la condición, eso sí, de que jamás formaría parte de un 'gobierno burgués'. Azaña, ahora presidente de ese gobierno, había afirmado años antes que la Constitución no debía entenderse como una serie de reglas fijas, sino como una serie de normas partidistas que garantizasen los resultados apetecidos por la izquierda; entre otras, la aplicación arbitraria de una ley que condonaba los actos vandálicos, y en contra de la represión de insurrecciones como la de Asturias en 1934.
Como era de prever, la paciencia de la oposición tenía un límite. Y este era la pérdida de esperanza en que la situación desbordada se pudiera encauzar democráticamente. A partir de ese momento la derecha empezó a prestar oídos a un levantamiento militar, que aún tardaría varios meses en producirse. Es más, en el interregno se llegó a hablar de un 'gobierno de concentración' que restaurara la ley y el orden; pero la flecha, tensada en el arco, tenía que partir…
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.