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Aquel hombre siempre había tenido una querencia autoritaria, un sí es no es machista. (Al menos eso pensaba ella). Su padre había sido un militar de orden y mando cuyos atributos no se quedaban en el cuartel cuando venía a casa. Él, por pura reacción, ... siempre había sido un pacifista que incluso sufrió castigo por 'resistencia pasiva' cuando hizo la mili obligatoria; aunque podría sospecharse que en su fuero interno obraba según el dicho popular: «Genio y figura hasta la sepultura».
Ella, por el contrario, era una mandona. (Al menos eso pensaba él). Su madre siempre había llevado los pantalones y ella, con modos y maneras mucho más sutiles, había hecho honor a la causa. De hecho, siempre había resentido no haber ganado el pan de cada día fuera de casa; lo cual había compensado haciendo del hogar, incluidas las propiedades físicas, su exclusivo dominio. En suma, había sido tremendamente celosa de su independencia desde que tuvo uso de razón y, con la sutileza que le caracterizaba, había conseguido que todo su entorno lo tuviese muy en cuenta sin necesidad de formularlo expresamente.
Cómo llegaron ambos a sentirse mutuamente atraídos, al extremo de sostener unas largas relaciones y luego unirse en matrimonio para toda la vida, aunque pudiera parecer paradójico dados los roces que sus mutuos caracteres hacían inevitables no es ningún misterio. En gran medida tuvo que ver con una cultura que había pervivido durante siglos y que moriría con ellos. Otra gran parte se debió a un mutuo respeto venerado con devoción religiosa que, como en ésta, al caer en falta les producía dolor de corazón y propósito de la enmienda. Siempre se habían sentido empujados al mutuo perdón de los pecados y la consiguiente reconciliación. Las buenas relaciones fueron, pues, la nota predominante a lo largo de sus ya largas vidas.
Pero ¡ay! El desgaste producido por los años había cambiado las reglas del juego. Él tenía cada vez mayores dificultades para controlar sus airadas reacciones y ella se había cansado de ser tan tolerante. Ello daba paso a una testarudez cada vez más obsesiva; manifestada abiertamente con el otro y de forma más solapada con el mundo. Si nunca habían soportado bien las contradicciones, ahora seguían manteniendo las formas pero no transigían ni en los menores detalles. Como ineluctable consecuencia, aquel paraíso de muchas décadas fue pareciéndose cada vez más al infierno.
Un intrascendente florero cargó con todas las culpas. Venía ocurriendo desde hacía ya bastante tiempo, los objetos de su fundamental desavenencia eran cada vez más fútiles 'casus belli' para dar rienda suelta, sin solución de continuidad, a agravios cuyas raíces se hundían a mucha mayor profundidad. Ambos empeñaban toda su dignidad en asuntos cotidianos que nunca antes habían tenido mayor importancia, sentían su honor herido por un quítame allá esas pajas y esto había de lavarse con sangre, por el momento, simbólica. La tragedia ocurrió cuando dichas pajas devinieron flores.
Hace décadas tuve el capricho de comprar un jarrón chino en el rastro, que mi esposa convirtió en exótico paragüero arrinconado a la entrada de la casa. Unos meses atrás, curioseando un invernadero, me enamoré a primera vista del más bello rosal que jamás había soñado. Inmediatamente decidí rehabilitar el depreciado jarrón. Me salté el precepto establecido de consultar con ella porque sabía que sería inútil. Tampoco decidí plantar gladiolos blancos, aunque sabía que eran su flor preferida. Nunca lo hiciera. Lo consideró una ofensa imperdonable.
A partir de ahí la pendiente cuesta abajo alcanzó niveles prohibitivos. Nos negamos a hablar más allá de lo imprescindible para resolver las banalidades del momento. Dejamos de hablar de nuestras cuitas, o las de la familia, los amigos, el país y el mundo, como siempre habíamos hecho aunque no nos pusiéramos de acuerdo. En lo fundamental siempre estuvimos de acuerdo, era lo circunstancial lo que se interponía entre nosotros. Quizá seguía siendo así; pero ya no hablábamos de ello. Ahora solo se manifestaba un rencor desconocido. Lo complementario había devenido antagónico.
Desde hace años dormimos en cuartos separados; pero esta mañana, al ver que pasaban las horas y no se levantaba fui a ver qué pasaba. La encontré sin respiración, pálida y fría; el frasco vacío de píldoras sobre la mesita. He pasado no sé el tiempo destrozando el florero a bastonazos. Después he llamado al 091 para que vengan a hacerse cargo del cadáver. Ahora voy a subir hasta El Faro; me asomaré al abismo, treparé al Monumento con los ojos vendados… Servir de alimento a los peces, retornar al origen.
He escrito esta nota y la firmo a todos los efectos.
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