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Se trata de un dicho muy mecanicista que, por tanto, no suele cumplirse; personalmente creo que se cumple más a menudo ese otro que dice que «pagan justos por pecadores». Pero en el caso de Pedro Sánchez viene como anillo al dedo. Sánchez llegó a ... la presidencia mediante una moción de confianza a Rajoy y va a ser defenestrado por una verdadera moción de confianza, incoada por una mayoría del electorado descontenta con sus modos y maneras. Un rechazo del personaje más que de su gestión de la cosa pública.
Los fieles partidarios de Sánchez se preguntan cómo es posible que habiendo gestionado las diversas crisis que han azotado el país, de manera solvente, es decir, que llevadas a cabo por otro personaje hubieran producido reacciones de agradecimiento, haya producido un rechazo tan manifiesto. La respuesta es que rechazan al personaje. Sánchez lo explica acusando a la perversa derecha de haberlo demonizado y sus partidarios, tan propensos como el que más a las teorías conspirativas, se escandalizan; pero la verdad es que la mayoría del electorado ha dejado de confiar en él porque no aprueba ese 'todo vale' en la lucha por la conquista del poder. Ello ha oscurecido cualquier otro propósito; que seguro que le anima, pero que aparece en un muy segundo término, casi como una involuntaria consecuencia de sus verdaderas intenciones.
Repito lo escrito en otras oportunidades: Sánchez sería a este respecto el arquetipo del político contemporáneo, el síntoma más evidente de la degradación del sistema; incluso, si quieren, una manifestación extraordinariamente aguda del mal que aqueja a muchos de ellos.
Unos lo controlan mejor que otros, pero todos lo padecen. No nos engañemos, la ambición de poder es congénita a todo líder: pero en generaciones anteriores no era la única o ni siquiera su principal preocupación. Había unos principios éticos y morales que, aunque solo fuera por vergüenza torera, se tenían en cuenta y se procuraba respetar. La degradación del sistema se ha producido cuando tales principios han dejado de producir tales efectos y, en su lugar, tenemos líderes perfectamente amorales y cínicos en lugar de estoicos.
Permítanme mostrarles unos datos para reforzar el argumento. Los muy respetados estadísticos de The Economist han hecho una comparación de los 34 países más ricos del mundo, entre los que se encuentra España, utilizando indicadores financieros relativos al PIB, la inflación, la bolsa y la deuda pública, clasificándolos del que mejor al que peor lo ha hecho durante 2022. España aparece en cuarto lugar a escala mundial y el segundo a escala europea; por delante de Japón, Francia, Reino Unido, Estados Unidos y Alemania. Queda, pues, claro que el problema de Sánchez no ha sido de gestión. Su gestión de la economía acumula éxitos; Cataluña está más estabilizada que en 2017; el propio Joe Biden habla de él en términos muy elogiosos; incluso el 'efecto Feijóo' se había frenado antes de las recién pasadas elecciones.
Pero una cosa son las cifras macroeconómicas y otra muy distinta las percepciones del hombre de la calle. A este personaje lo que verdaderamente le preocupa es que el problema de la vivienda se ha agudizado seriamente; la desigualdad entre ricos y pobres ha crecido y no tiene trazas de ir a menos; un importante sector de la clase media se ha proletarizado. Le desalienta con igual seriedad que la política territorial no logre poner coto a la creciente insolidaridad entre las distintas regiones, desde Madrid hasta Extremadura dando la vuelta a España. Por otra parte, el efecto 'woke' ha alarmado a quienes consciente o inconscientemente son partidarios de la moral tradicional; es decir, que a una inmensa mayoría de españoles la revolución progresista les ha olido a cuerno quemado.
No esperen que, de aquí al 23 de julio, la oposición hable más que de pasada sobre la economía y que cuando lo hagan no sea de la forma más torticera posible. Ninguna de las muy reales percepciones del hombre de la calle se iniciaron en el gobierno de Sánchez, y –pandemia y Ucrania a parte– los problemas ni siquiera se agrandaron significativamente durante su mandato. Menos aún cuando se comparan con los del resto de Europa. Tampoco esperen que el más que probable gobierno Feijóo pueda poner remedio a los problemas que nos acosan, más allá de ciertos paños calientes, porque se trata de problemas estructurales que van a tomar mucho tiempo en aliviarse, si es que llegan a hacerlo. Podemos dar gracias al cielo si no se ponen peor.
La buena noticia es que habremos pasado página del infausto experimento sanchista. Espero que Feijóo haya escarmentado en cabeza ajena. Espero también que el ala dura del PP no logre torcer las intenciones del moderado Feijóo. ¡Por esperar que no quede!
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