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Pedro Sánchez terminó este lunes su periodo de reflexión y dijo que se queda al frente del Gobierno. Como si no pasara nada, pero claro que pasa. Vuelve para dar otra vuelta de tuerca a su combate sectario contra la derecha y poner coto a ... la independencia de jueces y medios de comunicación. La oposición denuncia el tic autocrático del presidente y hasta el PSOE avala con naturalidad la ofensiva, que para eso tiene mayoría parlamentaria.
En la 'performance' de cinco días que acaba de protagonizar no es difícil imaginar a Sánchez en su refugio monclovita, desconectado del Gobierno, del PSOE y de todo el país, apostado ante la televisión e internet observando el homenaje de exaltación que su guardia pretoriana le ha preparado acarreando en autobuses a Madrid a militantes de toda España en una movilización de inconfundible aroma peronista. En la concentración de Ferraz –discretamente concurrida– le cantan y bailan el 'Quédate' de Quevedo y en la trinchera de enfrente cuelgan el desafiante 'A que no te vas' de Rocío Jurado. Pleno en las apuestas: Sánchez se queda y no se va.
Los socialistas se reconocían ayer aliviados por la decisión del jefe, pero eso no impide creer a muchos que la expectación de un retiro espiritual para tomar una decisión no era una buena idea. Las dos opciones eran malas: si se queda tras el amago de adiós, pierde credibilidad en la ciudadanía y tendrá que explicarlo una y otra vez; de haberse ido, habría causado mucho daño al PSOE.
Es pronto para saber si Sánchez sale reforzado de la crisis que él mismo ha desatado. Sánchez tiene una cuota de partidarios sensibles que seguramente aplauden la demostración de amor a su esposa, Begoña Gómez, pero también les habrá que piensan como el ingenioso Puigdemont cuando recomienda venir llorado a la política. Todavía está por ver si hay razones ocultas más allá de las sentimentales y si opera el cálculo político en la decisión del presidente. Quien en el PSOE de Cantabria conoce a Sánchez desde hace cuatro lustros asegura que nunca da puntada sin hilo. La acción judicial del desacreditado sindicato Manos Limpias no alcanza para justificar la huida, sería como matar moscas a cañonazos, una señal de debilidad que no se corresponde con quien presume de tener una piel de pingüino en la que todo le resbala y además ha firmado y vende en las librerías su 'Manual de resistencia'.
Sánchez podría haber hecho en privado la reflexión acerca de su permanencia al mando del Ejecutivo y luego comunicarla a la ciudadanía, pero ha preferido adoptar un mecanismo plebiscitario. Se trataba de que no sólo la militancia socialista, sino también el mundo de la cultura progresista, los sindicatos y los periodistas afines se adhiriesen a la idea de meter presión a la judicatura rebelde, a la prensa crítica, a la derecha política. Frente a lo que han dicho estos días los abanderados del sanchismo, la democracia española no estaba en riesgo, aunque el presidente hubiera renunciado. Esperemos que tampoco lo esté ahora que ha resuelto quedarse para enfrentar con todos los recursos del poder a sus muchos enemigos.
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