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No sé por qué hace unos días me vino a la cabeza aquella profecía de Alfonso Guerra, allá por 1982, cuando dijo que «a España no la va a reconocer ni la madre que la parió». Y aunque Guerra no se refiriera a ello, el ... caso es que diez años más tarde España conseguía en las Olimpiadas de Barcelona 22 medallas, 13 de oro, casi tantas como las que había obtenido hasta entonces. ¿Cuál fue la razón principal de aquel acelerón? Muy sencillo: la decisión de invertir seriamente en el deporte olímpico al menos desde 1986 –si no antes– cuando se supo que Barcelona sería la sede de las olimpiadas del 92. Inversión económica que se tradujo en entrenadores de prestigio, becas, ayudas, apoyo al deporte base, centros de alto rendimiento, instalaciones, etc. No fue una casualidad ni una generación de jóvenes atletas superdotados. Fue una apuesta decidida que en poco más de diez años puso a España en el mapa olímpico.
Este recuerdo me llevó a pensar, un poco nostálgicamente, sobre qué hubiera pasado si se hubiera hecho lo mismo con la ciencia y, en concreto, con la I+D+I. Me entró entonces la curiosidad de consultar en los Presupuestos Generales del Estado la partida asignada a 'Ciencia e Innovación' y me encontré con la grata noticia de que este año había aumentado un 3,9% respecto el 2022, lo que supone un importe total de 3.991 millones de euros. Por lo visto, todo un récord. Como soy incapaz de imaginar cuánto supone esta cifra se me ocurrió compararlos con el presupuesto asignado al deporte. Esto me llevó a la partida de Cultura y Deporte cuyo presupuesto para el 2023 es de 1.804 millones, de los cuales al deporte le corresponden 375 millones, lo que parece ser también otro récord que viene a confirmar las palabras del secretario de Estado cuando dijo «este es el gobierno del Deporte». El resto es para la Cultura y, dentro de esta, me llamó especialmente la atención el crecimiento presupuestario de un 52,8% de la partida asignada al Fondo de Cinematografía. Esta subida sí que me pareció olímpica e inevitablemente la comparé, ya tristemente, con el 3,9% de crecimiento de presupuesto para la ciencia y la innovación. Fue entonces cuando mi pensamiento melancólico se tornó en pensamiento crítico, incluso malicioso: ¿Por qué tanto dinero al cine? ¿Qué repentino interés hay detrás? ¿Será porque 2023 es un año electoral y todos sabemos del poder mediático y la carga ideológica del cine español?
Ahí dejé mis sospechas y seguí soñando. Imaginé unos Premios Goya de la Ciencia con científicos subiendo y bajando a recoger premios, dándose las gracias unos a otros delante de políticos importantes y de las cámaras de RTVE. También vi, en mi ensoñación, una alfombra roja muy larga sobre la que avanzaba una pareja española de científicos que les conducía a la entrega de los premios Nobel. Fue entonces cuando recordé el olvido ancestral que la ciencia ha padecido en nuestro país y, bajo esa perspectiva, un crecimiento del 3,9% me pareció una cifra miserable. ¿Tampoco este gobierno –pensé– va a hacer nada de verdad relevante en favor del desarrollo científico?
Desde Barcelona el progreso del deporte español y su presencia internacional han sido y son evidentes. No sé si la del cine español lo es tanto y si no lo es no será por falta de ayudas. En cualquier caso, ¿cuándo le va a llegar el turno a la investigación, al desarrollo tecnológico, a la innovación y la implementación? Está muy bien que tengamos varias selecciones españolas campeonas del mundo, están muy bien los Nadales y Gasoles, incluso las Penélopes y Almodóvares, pero necesitamos como agua de mayo muchos más y aún mejores científicos. La ciencia es algo muy serio y, como está el mundo, lo será cada vez más. Necesitamos un proyecto y una apuesta definitiva, una Barcelona 92 de la ciencia.
Esto no es soñar, basta con echar la vista atrás y recordar que en 1907 un gobierno español apostó por la ciencia creando la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas presidida por un tal Santiago Ramón y Cajal. Veinte años más tarde, en esta institución, un tal Severo Ochoa realizó sus cursos de postgrado apoyado por un tal Juan Negrín, por cierto, un médico y político socialista que acabaría siendo presidente del gobierno. En 1956 aquel Severo Ochoa recibía nuestro segundo y último Nobel científico hasta ahora. Junto a ellos y en torno a la Junta crecieron otros muchos investigadores de primer orden en diversas disciplinas científicas. Hasta que la Guerra Civil lo fue cerrando y empobreciendo todo.
Desde entonces han pasado 40 años de franquismo y 46 años de gobiernos democráticos de todos los colores. Y nada. No se ha visto en estos 86 años ningún gobierno que emprenda un proyecto como el de aquella Junta. Imagino que Pedro Sánchez conoce este referente. También sabe que invertir en ciencia de forma decidida y sostenida en el tiempo tiene un retorno económico y político a medio y largo plazo. Pero el medio plazo le parece muy largo. Prefiere invertir en el cine español y hacer con su 3,9% un poco de ciencia ficción.
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