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Desde que a principios de los sesenta del pasado siglo la economía española iniciara su proceso de apertura e integración en la economía mundial, uno de sus problemas más recurrentes ha sido el mal funcionamiento del mercado de trabajo, caracterizado, simultáneamente, por bajas tasas de ... ocupación y elevadas tasas de paro. Este es un estigma que, aunque transitoriamente nos hayamos podido sacudir, siempre llevamos sobre nuestros hombros. Ahora, por fortuna, ambas magnitudes anotan registros relativamente buenos, lo que no quiere decir que no haya problemas laborales de gran entidad. En el que hoy quiero detenerme es, precisamente, uno al que se suele prestar poca atención: la calidad del empleo.
Si nadie discute que la cantidad de empleo es muy importante, confío en que nadie dirá que la calidad del mismo no lo es. Y, aquí, por desgracia, nuestro país también tiene un problema. ¿Por qué? Pues porque los indicadores correspondientes así lo demuestran. Entre estos, quizás el más reconocido de todos sea el elaborado por el European Trade Union Institute con la finalidad de servir como herramienta para comparar la calidad del empleo de los trabajadores entre los 27 países miembros de la UE. El índice de calidad en el empleo (conocido como JQI, Job Quality Index, por sus siglas en inglés), es un indicador sintético que se construye como resultado de la consideración de seis características, o dimensiones, de la mencionada calidad, a todas las cuales se las otorga, y esto podría ser criticable, el mismo peso. La primera de estas dimensiones hace referencia a la calidad de la renta percibida por el trabajador, entendida en dos aspectos: la predictibilidad de sus ingresos futuros y la capacidad de los mismos para cubrir las necesidades del trabajador. La segunda se refiere a las formas y seguridad en el empleo, esto es a la relevancia, o no, de la temporalidad y de la ocupación a tiempo parcial. La tercera aborda el equilibrio entre trabajo y ocio, mientras que la cuarta presta atención a las condiciones laborales en lo que atañe a la intensidad del trabajo, a la autonomía del trabajador en el mismo y al riesgo físico asociado a este. La quinta dimensión considera las posibilidades de desarrollar una carrera profesional y la sexta, y última, se centra en tomar en consideración la medida en la que la voz, opinión, de los trabajadores es atendida por quien corresponda, porque estén representados sindicalmente o porque sus empleadores mantengan reuniones periódicas con ellos solicitando sus puntos de vista.
El último JQI para el que contamos con información se refiere al año 2021 y permite echar la vista atrás hasta 2005; esto no sólo supone que ofrece una perspectiva temporal relativamente dilatada sino, también y quizás más importante, que cubre tanto épocas de auge como de depresión. En relación con 2021, tres son, en mi opinión, los rasgos más relevantes: por un lado, las enormes diferencias que existen en la calidad del empleo entre los países europeos, con valores del JQI próximos al 90% (100% sería lo mejor) en Dinamarca, y por debajo del 15% en Grecia; por otro, y excluyendo el caso griego, que apenas hay diferencias de calidad, dentro de cada país, entre hombres y mujeres; y, por último, que España puntúa muy bajo en este indicador, pues no llega al alcanzar un nivel del 40% y la media europea sobrepasa el 50%. En nuestro caso, estamos un poco mejor que la media en las dimensiones tercera, quinta y sexta, pero peor en las tres restantes, y particularmente en la segunda, en que alcanzamos la puntuación más baja entre los 27 países comunitarios. Por otro lado, hemos mejorado la calidad en la tercera dimensión, nos hemos mantenido estables en la quinta y sexta, y hemos empeorado en la 2 y, mucho, en la 4; de la primera, la relativa a la renta, el estudio no ofrece información.
Volviendo al caso general, hay otros tres rasgos que merecen ser mencionados. El primero de ellos es la existencia de una correlación muy positiva entre cantidad (medida por la tasa de ocupación) y calidad en el empleo; como norma, los países con tasas de ocupación más elevadas registran también mayores niveles del indicador JQI, y viceversa. El segundo es que la correlación es, por el contrario, muy negativa, entre calidad del empleo y porcentaje de trabajadores autoempleados (autónomos) sobre el total de ocupados. El tercero es que se aprecia una correlación positiva entre el nivel de representación colectiva por un lado y, por otro, la calidad de la renta, el equilibrio trabajo-ocio y la posibilidad de desarrollar una carrera profesional.
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