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Tal y como mencionaba la pasada semana, y pese a los agoreros que disfrutan tratando de convencernos de lo contrario, lo cierto es que el mercado de trabajo en España va bien. Y va bien, y así lo avala la última EPA, porque desde lo ... más crudo de la pandemia hasta hoy no ha hecho más que mejorar; la creación de empleo y la reducción del paro son las dos muestras más evidentes de esta mejoría
Una cosa, sin embargo, es que el mercado vaya bien y otra que esté bien; no lo está y su situación es muy mejorable. Como he subrayado en varias ocasiones, el mercado laboral no está bien porque, por desgracia, nuestras tasas de ocupación y paro se sitúan, respectivamente, por debajo y por encima de las que, en promedio, existen en la Unión Europea. Puesto que, en gran medida, el desempleo es la otra cara del empleo, y, por lo tanto, la tasa de paro lo es de la tasa de ocupación, me centraré en el empleo para tratar de entender las causas por las que, pese a ir bien, no está bien.
Aunque no exista unanimidad, no creo exagerar si digo que, entre los economistas, existe un consenso bastante amplio acerca de algunas de las principales causas. La primera de ellas, y probablemente la más relevante de todas desde el punto de vista cuantitativo, está relacionada con nuestra estructura productiva, muy dependiente del turismo y, en menor medida, de la construcción. La extrema volatilidad de estos dos sectores, en el primer caso vinculada a la estacionalidad (y, dentro de esta, a las cada vez más frecuentes anomalías meteorológicas) y en el segundo al ciclo económico, es determinante en las fluctuaciones del empleo, tanto al alza como a la baja, pero, al menos hasta ahora, quizás más a la baja.
Otra circunstancia que normalmente se utiliza para explicar la dinámica del empleo tiene mucho que ver con nuestro tejido productivo, caracterizado por una abundancia desmedida de muy pequeñas empresas. Como, en líneas generales, estas empresas son menos productivas que las medianas y grandes, ocurre que también ganan menos, invierten menos y, en consecuencia, crean menos empleo. A esto hay que añadir, además, que tales empresas tienden a organizarse de forma un tanto particular, en la que las largas jornadas de trabajo constituyen más la norma que la excepción; conclusión: al sustentar su proceso productivo en la aplicación sistemática de un volumen muy elevado de horas extraordinarias, pagadas o no, es natural que la creación de empleo se resienta.
Otro factor al que los economistas otorgan gran importancia a la hora de explicar el comportamiento del empleo (y, en consecuencia, que su tasa sea bastante baja) es el peso de la economía sumergida. Como es bien sabido, esta actividad económica es la que escapa al fisco y, por lo tanto y valga la redundancia, a cualquier tipo de fiscalización; de esta forma es imposible saber, con seguridad, cuántas personas trabajan en la misma y, en consecuencia, es imposible saber cuál es tanto el verdadero nivel de empleo como la tasa de ocupación. Si el empleo sumergido llegara a aflorar (las estimaciones realizadas al respecto consideran que puede alcanzar la cifra del millón) el empleo oficial y la correspondiente tasa de ocupación se situarían, como es lógico, mucho más en línea con las europeas de lo que lo hacen en la actualidad.
Teniendo en cuenta todas las razones expuestas (aunque seguro que hay algunas otras que también son importantes) lo que parece obvio es que, en el mejor de los casos, tardaremos un buen número de años en equipararnos, en cuanto a comportamiento laboral, con la media de los países comunitarios. Los motivos son bastante sencillos de entender: que se produzca un cambio sustancial en nuestra estructura ocupacional, de forma que la dependencia de sectores muy volátiles y con reducida productividad sea mucho menor que ahora, llevará mucho tiempo. Esto mismo puede decirse en relación con el raquitismo (reducido tamaño) de nuestro tejido empresarial; que su tamaño llegue a equipararse con el de nuestros principales competidores es un objetivo que, de lograrse, también tardará mucho en hacerlo. Menos tiempo llevará, con suerte y con la acción decidida de la inspección de trabajo, la reducción de las horas extraordinarias, como menos tiempo debería llevar el afloramiento de un parte sustancial de la economía sumergida, sobre todo si existiera, de verdad, la voluntad política de hacerlo.
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