Secciones
Servicios
Destacamos
Todos hemos visto que en el pasado debate de investidura se habló de todo menos de la situación de la economía española; esto era algo que se daba por descontado. No ocurrió, por lo tanto, como en el debate presidencial entre Clinton y Bush, en ... el que el primero le soltó al segundo aquello de «es la economía, idiota, es la economía». Y es una pena, no porque no haya que debatir, y mucho, sobre cuestiones estrictamente políticas (como amnistía, referéndum y otras) sino porque también habría que hacerlo, y mucho, sobre cuestiones económicas.
De entre estas, la relativa al comportamiento del mercado de trabajo sería, sin ningún género de duda, una de las más relevantes, ya que del mismo depende una parte sustancial de nuestro bienestar presente y futuro. En este sentido, y sin echar las campanas al vuelo, pues son numerosos los problemas que necesitan solución, deberíamos convenir en que, excluyendo el año 2020, el año de la pandemia, su evolución reciente ha sido bastante positiva.
Según pone de manifiesto la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre, en nuestro país están trabajando en la actualidad 21,3 millones de personas. Esta es una cifra que, si nos olvidamos de los perversos efectos de la pandemia (mucho menores de los inicialmente temidos gracias al uso generalizado de la figura de los ERTE), no ha hecho más que crecer desde que, allá por 2014, se inició la recuperación de lo que ha dado en llamarse la Gran Recesión, y es la más elevada de todos los tiempos. Se miren como se miren, estos resultados son extraordinarios, sobre todo si pensamos que, entre 2020 y 2023, el mundo y, por lo tanto, también España, han padecido los efectos de la aparición de dos cisnes negros: la mencionada pandemia y la guerra en Ucrania.
En circunstancias más o menos normales, un crecimiento del empleo como el mencionado debería haberse traducido en caídas del paro. Aquí, sin embargo, la evolución no ha sido tan lineal como con la ocupación, pues aunque la tasa de paro ha descendido tendencialmente incluso desde principios de 2013 (sólo la pandemia supuso un quiebro en esta trayectoria), las cifras absolutas de desempleo han sido más erráticas; decrecieron de forma continuada entre 2014 y 2019 (ambos años incluidos), pero crecieron nada menos que en tres años (sobre todo en 2020), desde entonces hasta hoy. La explicación hay que buscarla en la dinámica de la población activa, que en los mencionados últimos años no ha hecho más que crecer.
La conclusión, obvia, es que, desde una perspectiva laboral, nuestro país va razonablemente bien, lo que no quiere decir, como apuntaba antes, que no tenga problemas. A mi juicio, el más grave de todos es que la tasa de paro sigue situada en niveles muy altos; en todo caso, está bastante por encima de la que teníamos cuando se desató la crisis financiera de 2008 y de la de nuestros socios comunitarios. Otro problema grave, aunque en franco retroceso, es el de la excesiva temporalidad en el empleo, algo que daña tanto el poder adquisitivo de los trabajadores (amén de su salud mental) como la productividad de las empresas. La discriminación por razón de edad y sexo es otro problema pendiente de solución, no sólo en lo que atañe a las desiguales oportunidades de empleo y promoción profesional de unos y otros sino, también, a los salarios percibidos.
Aunque es obvio que se podrían enumerar más problemas, estos tres parecen ser los más representativos. Últimamente, sin embargo, ha saltado a la palestra una cuestión que, dependiendo de cómo se maneje, se podría traducir en un nuevo problema; me refiero, como pueden imaginarse, a la reducción de la jornada laboral propuesta por los partidos que están en el gobierno, y a su impacto (de momento, desconocido) sobre la productividad, uno de los talones de Aquiles de nuestra economía. Por cierto que, en relación con ésta, la solución está en una mejor organización y estructuración de nuestro tejido productivo, pero también en una mejor preparación-formación de nuestro capital humano, algo que sólo se conseguirá con más inversión pública. Pues bien, si, como parece, llega una época de fuerte ajuste fiscal, ¿cómo se financiará tal formación?
Para más inri, ahora ha surgido un nuevo cisne negro (la guerra entre Israel y Hamás) que puede alterar, y mucho, la economía y el mercado de trabajo. Puesto que no se hizo antes, ¿hay, o no, motivos para debatir sobre ambos asuntos después de la investidura?
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.