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Desde ayuntamientos, diputaciones, parlamentos autonómicos, hasta el mismísimo Senado y Congreso, el ocupar un sillón, y especialmente la toma de decisiones, se ha convertido en un simple ejercicio de asentimiento o negación grupal ante la orden dada. A la discrepancia se la llama transfuguismo. Sin ... embargo, hay una enorme diferencia entre opinar diferente en ciertas cuestiones y pasar a engordar las filas de otro partido.
Otros parlamentos también tienen lo suyo, y con ello cargan, pero en no pocos países cada líder ha de convencer de tal o cual decisión primerísimamente a los suyos. El Parlamento británico o el estadounidense son interesantes ejemplos. Sus legislativos tienen voz propia y un exigente electorado ante el que responder y dar cuentas, puesto que cada ciudadano vota nombres y apellidos, además de siglas, y espera que su designado defienda sus intereses, los de sus distritos y los del país. De otra forma, como ocurre en Hispania, con cada uno de los líderes o lideresas de cada partido nos bastaría.
En lugar de un hemiciclo con cientos de sueldos, dietas y prebendas, además de infinitos funcionarios, podrían reunirse en Casa Manolo, a unos metros del Congreso. Más pequeño, acogedor y con mejores churros. Con una mesa camilla alcanzaría para tomar las decisiones. Al fin y al cabo, cada señoría cuenta tanto como su pulgar, porque de ninguno se espera discrepancia real. Tal vez de boquilla y de tertulia, pero poco más.
¿Qué creen que hacen o harán los congresistas y senadores elegidos por Cantabria? ¿Defender los intereses de sus votantes, el interés general del país, o bien las doctrinas, del aquí y el ahora, de su partido, aunque vayan en contra de su opinión o de su tierra? Cada vez más el líder de turno ha convertido «el ordeno y mando» en el guion a seguir, donde la ideología ha sido sustituida por el poder a costa de todo y de todos.
Los partidos, junto con los próceres de la patria, aluden constantemente a la Constitución. Paradójicamente, esta especifica meridianamente que «el voto de Senadores y Diputados es personal e indelegable». Pero igual este asunto venía en letra pequeña. La libertad, castigada por los partidos con sanciones o expulsiones, es siempre un peligro para el cierre de filas.
Por la mañana un diputado, senador o concejal defiende a capa y espada tal o cual opinión, a mediodía su líder impone una directriz contraria a la expresada hasta ese momento, y por la noche el susodicho ya es adalid y principal valedor de la nueva corriente.
Cómo era aquello de: «Estos son mis principios, y si no le gustan...» Pues eso.
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