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«Se está secando el trigo». Esta sencilla y apesadumbrada frase pronunciada por Jaime, agricultor, compañero y fundamentalmente amigo, resume sin eufemismos ni ambigüedades lo que realmente está ocurriendo en nuestro campo, en nuestra región y en gran medida en nuestro planeta.
Que a principios ... de abril el incipiente trigo ya esté amarilleando y a punto de secarse, nos muestra claramente lo preocupante de la situación. Aludimos al cambio climático como un hecho no sólo inexorable, sino como un castigo divino. Como si los terrícolas no tuviéramos ni arte ni parte en esa situación. «¡Qué le vamos a hacer, así es la vida!» Pero, ¿y qué me dicen de conceptos como prever o anticiparse? Verbos proscritos en un país siempre a corto plazo, que no ve más allá de cuatro años vista.
Pudiera parecer contradictorio teclear Cantabria y sequía en la misma frase. En Cantabria, siempre verde, infinita y ganadera —perdón, me traiciona el subconsciente, eso era antes— nos creíamos libres de la plaga. Pero no. Aquí no sobra. Ni tan siquiera hay. Pero ya no en las ciudades y enclaves erigidos por y para el turismo, sino en pueblos, aldeas y valles, donde se cultiva y cría lo que comemos.
Con todo, veo a menudo cómo el campo circundante de una zona, pueblo o aldea se seca, se agosta en el lluvioso abril. Mientras, como por arte de magia, justo al lado reverdecen exuberantes jardines. «Tengo un sondeo». Y claro, como tengo un pozo me creo dueño de lo que hay desde mi jardín tropical campurriano hasta las antípodas neozelandesas. Pues va a ser que no. Porque me suena algo de que los acuíferos subterráneos se extienden por vastos territorios y lo que saco aquí, de allá se quita. Pero claro, la solidaridad empieza por uno mismo. Primero yo y después ídem.
Pero, por Hispania a lo nuestro. Sembramos arroz y maíz en Extremadura o plantamos urbanizaciones en secarrales. Sin olvidarnos de que el agua de nuestra baza Roca es potable. Es decir, tiramos por el retrete el futuro y el dinero. ¿Y si el agua de la ducha, del fregadero o la lavadora se empleara para el excusado? Vamos, lo que hacen en lugares con más agua y más cabeza. No hay excusa.
La teoría sobre la gestión del agua nos la sabemos todos. Pero en España hablamos siempre de la «política del agua». Y la política y la gestión cada día casan peor. La sequía, el abandono de los bosques y una mala entendida solidaridad vecinal con el incendiario, nos sitúan frente a una desalentadora realidad inmediata. Siempre decimos que hay problemas más acuciantes. Pocos como el que nos ocupa.
Me temo que cuando lo más caro del gin-tonic sea el hielo y el turismo ibérico sea de dunas y cantimplora, empezaremos a preocuparnos de verdad. Veremos.
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