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El impacto que nos causan las tragedias es inversamente proporcional a la distancia que nos separa de ellas. Cada día tenemos conocimiento de un puñado de desgracias, que si están a varios miles de kilómetros, digerimos como si se tratara de una ficción más de ... cualquiera de las plataformas de streaming. Pero cuando el escenario del drama está a pocos minutos de casa, la sensación es muy diferente. Conoces el lugar, has estado una o cien veces en ese escenario, hasta puede que te hayas cruzado alguna vez con alguno de los protagonistas, conoces a amigos, y quizá a algún familiar más o menos cercano. Y por ello te pones en su piel. Sientes que te podría haber tocado. Se te hiela el alma cuando te lo cuentan, y leyendo los detalles del suceso, como padre, no puedes evitar que se te escape alguna lágrima, en una mezcla de incredulidad, rabia, y una profunda tristeza.
¿Cómo puede perder la vida un chaval, que apenas ha comenzado a disfrutar de ella, en una pelea por una nimiedad? ¿Cual es el origen de un nivel tal de agresividad, que lleva a unos críos a machacar a otro hasta la muerte? Al margen del análisis de los hechos y de las decisiones que habrán de adoptar las instancias pertinentes al respecto, debemos preguntarnos como sociedad: ¿qué estamos haciendo mal? En algo tenemos que estar fallando clamorosamente para que nuestros hijos puedan llegar a tener tan escaso aprecio a la vida del prójimo, y por extensión, a la suya propia. ¿Han confundido quizá la vida real con uno de esos juegos hiperviolentos, en los que se va avanzando eliminando a todo el que se cruza por delante?
Hay demasiada violencia en el ambiente. Demasiada confrontación permanente. Se está perdiendo la tolerancia. El que discrepa es descalificado, y pasa directamente a ser considerado un enemigo. Y el enemigo no merece ningún respeto. Incluso, al enemigo hay que eliminarlo. Con esta sociedad como referencia, ¿qué valores estamos transmitiendo a nuestros jóvenes?
P.D.: Respecto al crimen de Castro Urdiales, paren el mundo, que me quiero bajar.
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