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Entre el primer mes del siglo XXI y el pasado diciembre, el número de ganaderos cántabros que entregan leche a la industria cayó de 3.984 a 903. En dos décadas, pintándolo con la brocha gorda, de 4.000 a menos de 1.000. La ... producción, sin embargo, no cayó tanto: de unos 36 millones de litros a unos 33 millones. Esto supone un gran salto en la media aritmética de producción por ganadero: de los 9.000 litros de los inicios de esta centuria, a los 37.000 actuales.
Este era el objetivo de largo plazo de la política ganadera europea que Cantabria asumió como propia. Menos explotaciones, mucho más productivas. Sin embargo, dejar la cifra de ganaderos en un 22% de lo que era antes no tiene efectos inocuos sobre el mundo rural. Mucha menos gente se beneficia ahora directamente del ordeño y otras operaciones posibles con las vacas de leche (esencialmente venta). Salvo que se pretendiese expresamente desertizar las comarcas lácteas, especialmente en media montaña, esta política tenía que estar compensada por una diversificación: hacer otras cosas con la leche (yogures, quesos); ir hacia otro vacuno, el cárnico; hacia ganaderías con otras especies (caballos, ovejas, cabras, cerdos, aves de corral); o hacia el mundo de las plantas, agrario o forestal. Si se abandonaba este ámbito productivo, quedaba la posibilidad extractivo-industrial: energías renovables, artesanías, pequeños polígonos transformadores. Aparte de esto, el turismo rural, colgando del cuidado del patrimonio y de los recursos naturales (caza y pesca incluidas), aparecía como otro vector del nuevo modelo.
El persistente problema de la despoblación progresiva del interior, que en el sur no es sino pura continuidad con la 'España vaciada' del norte mesetario cuna de la repoblación medieval, tiene que ver con una insuficiente explotación de estas necesarias alternativas. La ganadería extensiva ha quedado amenazada por la estrategia oficial de descontrol del lobo y de otras especies que causan daños, mientras en Suecia ya han tomado medidas drásticas para reducir su número, que amenazaba el modo de vida rural.
(No me resisto a una nota marginal sobre las paradojas de la historia. Antes de que la caza de herbívoros se 'democratizara' en Suecia, es decir, antes de que todo el mundo pudiera ser cazador, los lobos comían animales salvajes, que abundaban. Sin embargo, al acabar la caza democrática con más renos y otros bichos, los lobos se vieron obligados a combatir la escasez atacando al ganado de los humanos. Esto nos sugiere que una buena política es forzar al lobo a contentarse con su comida 'natural', y por supuesto procurar que la haya, pues no se trata de exterminarlo, sino de que no vacíe aún más de personas productivas el campo cántabro). Ahora se unirán las consecuencias de la nueva ley de bienestar animal sobre los costes de mantenimiento de la ganadería. Con la ley viene una burocracia implacable que acabará irritando al personal muy mucho.
La agricultura, que fue casi arrasada desde finales del siglo XX por la revolución de la vaca holandesa y la industria láctea, vuelve algo tímidamente. Las producciones aún no alcanzan volúmenes significativos. Mucho de lo que se planta es precisamente para engordar ganado, con lo que no se sale de círculo pecuario. No faltan, ciertamente, experiencias innovadoras. Quién sabe si en futuro la legalización del cannabis en algunas o casi todas sus formas no dará pie a un cultivo de esta clase más extendido. Pero, de momento, no hay ninguna producción que asome como la gran esperanza verde de las comarcas rurales.
Las energías renovables requieren, si son hidráulicas, retener el curso natural de agua, lo que no se desea; sin son eólicas, ocupar elevaciones y paisajes, además de pistas de acceso, lo que tampoco se quiere, en la mayoría de las ocasiones. La solar fotovoltaica nunca se ha planteado con escala suficiente, salvo ese proyecto que rondaba por ahí de una central flotante en el embalse del Ebro, que tampoco cae simpática.
Queda el turismo rural. ¿Dónde está el uso turístico de La Engaña que se prometió en 2015? Han pasado ocho años; mientras, en este siglo Vega de Pas ha perdido ya un 30% de su población. ¿Son realmente viables los 'pueblos intermitentes'? La frontera de Cantabria hace tiempo que no está en las crestas que lindan con la Meseta, sino en las crestas interiores que siguen la línea de la sierra del Escudo de Cabuérniga y se cierran hacia el nordeste en cuanto se cruza el Asón a la orilla oriental.
Esa frontera no depende de la naturaleza, sino de la cultura. Concretamente, del fracaso a la hora de plantear e implementar un modelo de desarrollo alternativo, innovador, creativo. Esa Frontera del Lobo es el dedo acusador de lo que no se ha hecho en cuarenta años. El lobo estaba en Santander comiendo contribuyentes como si fueran ovejas.
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