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En política, aún somos descendientes, en modo no banal, del éxito de la Restauración y de su fracaso. Este condujo a la radicalidad, la Guerra Civil y polarizaciones que aún hoy algunos se complacen, no en recordar desde la historia, sino en resucitar desde la ... política, que no es lo mismo. Pero venimos también del éxito, la convivencia, lo que Carlos Dardé tituló en un libro como «la aceptación del adversario». Y Santander fue un gran ejemplo de esas posibilidades, en la amistad de personalidades ciertamente dispares como José María de Pereda, Marcelino Menéndez Pelayo y Benito Pérez Galdós.
Entre sus recuerdos de niñez, el médico y ensayista Gregorio Marañón destacará aquella buena relación personal. El padre de Gregorio, Manuel Marañón Gómez-Acebo, era un abogado natural de Santander, ciudad donde la familia, que vivía en Madrid, pasaba los veranos. Manuel tenía amistad con estos intelectuales y se ocupaba en la capital de España de sus negocios editoriales. Pereda le llamaba «mi cónsul en Madrid». Marañón padre, junto con el líder conservador Antonio Maura (también veraneante en Santander), defendió a Galdós «en los múltiples pleitos de su bohemia financiera y en los enredos que sus editores le procuraron».
Gregorio consideraba que la verdadera lección recibida en la galdosiana finca San Quintín había sido «aquel espectáculo de tolerancia, tan leal y ejercido por tan insignes maestros». Andando el tiempo, Marañón tuvo que ver con la creación de la Casa de Salud Valdecilla en 1929, y después fundó con Ortega y otros intelectuales la Agrupación al Servicio de la República. Participó también en el lanzamiento de la universidad de verano, hoy UIMP. Después, como tantos otros espíritus liberales, se desengañó con la polarización en la República.
Este año se cumplen cien del golpe de Primo de Rivera que respondió a los problemas de convivencia (la «invertebración» denunciada por Ortega el año anterior) con un método que los volvería irresolubles, al trocar parlamentarismo por mandonismo y fomentar el desprecio olímpico por la Constitución. La atmósfera de aquel San Quintín sigue siendo tan necesaria hoy como entonces. Para que no se arme 'la de San Quintín', ya me entiende.
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