Secciones
Servicios
Destacamos
Una de las preguntas más recurrentes que nos plantean en los últimos tiempos a aquellos que convivimos desde hace años con la realidad chinesca es la de si debemos temer su ascenso a superpotencia; si la renovada pujanza económica y comercial de China representa una ... amenaza para nosotros. La respuesta es complicada, por muchas razones. En primer lugar, por la cantidad de factores que, responder a esa cuestión, exige tener en cuenta en un mundo globalizado, acelerado e interconectado como el actual; en segundo lugar, por el propio planteamiento equívoco de la pregunta y, por último, por el clima de polarización geopolítica en que vivimos. Empiezo por el final: hoy en día el discurso con respecto a China está tan sumamente tensionado que, si uno no identifica a China como una amenaza o no se posiciona claramente en contra de cuanto China representa, automáticamente es tildado de 'pro-chino'. Yo, optimista recalcitrante, tengo serias dudas de que China represente una amenaza mayor que la oportunidad que plantea y creo que, en vez de preocuparnos por el ascenso chino, debemos ocuparnos por cómo convivir y competir con esa realidad que ha venido para quedarse. El miedo paraliza y no es buen consejero. Es hora de prepararnos y ponernos las pilas. Esa es mi apuesta.
Pero analicemos la cuestión en términos semánticos, veamos qué nos preguntamos cuando nos planteamos si hay que 'temer a China' y desagreguemos los elementos de ese temor. Exactamente, ¿cuánto del ascenso chinesco consideramos perjudicial y para quién?, ¿nos preocupa que China sea una superpotencia no occidental o, en cambio, lo que más tememos es que su sistema de gobierno no sea una democracia liberal multipartidista? ¿Nos parece lo verdaderamente amenazante, acaso, que su gobierno sea comunista o, en cambio, que por vez primera en la historia moderna una potencia en vías de desarrollo que no lidera militar ni culturalmente el mundo pueda alcanzar en términos económicos al actual hegemón? ¿Reside, tal vez, el riesgo que nos preocupa en que, al contrario que los líderes anteriores, China es un acreedor neto (en vez de un deudor neto) o, en cambio, que con un sistema centralizado y autoritario parece ser modelo de inspiración para muchos gobiernos del planeta por el modo en que genera riqueza o por cómo da respuesta ágil y eficaz a problemas complejos? ¿Dónde, en concreto, echa raíz nuestro miedo?
El temor a China es, a menudo, un miedo ambivalente, bipolar, casi esquizofrénico. En un mismo mes (o, incluso, a lo largo de una misma semana) los medios nos advierten de que la dependencia de nuestras cadenas de suministro y el poderío económico de China amenazan el orden mundial occidental. Sin embargo, apenas unos días después, un mal dato macroeconómico en China nos alerta del 'enfriamiento de la locomotora mundial' y de cómo eso puede restar un punto de crecimiento al PIB planetario. Convivimos con miedos chinescos opuestos que sólo tienen en común el compartir su origen en el lejano Oriente. La opinión pública -el ciudadano de a pie- está desnuda ante este fuego cruzado de dialécticas contradictorias que inundan los medios de comunicación.
Con respecto a China, ¿qué deseo le pediría hoy Occidente a la lámpara de Aladino? Probablemente, volver a donde estábamos hace 13 años: aquel arreglo tácito por el que China aceptaba su modesto papel global como 'segundón geopolítico' en favor de unos EE UU liderando en solitario un mundo regido por normas occidentales, a cambio de que Occidente absorbiese toda su exportación. Expresado en una frase fácil: «Ojalá China siga creciendo, pero no demasiado». El problema es que eso hoy no es posible. No sólo porque nadie puede negarle a cientos de millones de chinos, tras décadas de descomunales esfuerzos, el derecho a seguir mejorando su calidad de vida (enriqueciendo, con ello, el PIB de su país) sino, además, porque la estabilidad política y social del país depende de su crecimiento sostenido y sano. Además, siendo honestos con nosotros mismos, fabricar mancha y en plena transición verde no estamos dispuestos a repatriar a Occidente el volumen de contaminación que hoy genera la fábrica del mundo.
¿Quiere, entonces, decir todo esto que da igual quien lidere el mundo? En absoluto. Importa mucho quien tiene la sartén por el mango. La economía preminente es la que marca las reglas, fija los estándares, determina los procesos y define las prioridades (alineadas siempre con sus propios intereses pues, en geopolítica, no existe el 'hegemón benevolente' ni tampoco el altruismo). ¿Y bien? Temer o no temer, esa es la cuestión. Puestos a simplificar yo resumiría diciendo que China, a día de hoy, enfrentada a multitud de vulnerabilidades y fragilidades internas, sólo es una amenaza para sí misma. Su ascenso enfrenta, no obstante, a Occidente a dilemas que obligan a poner el foco en nuestras propias ineficiencias y a temernos a nosotros mismos. En el fondo, lo que nos da verdadero pánico es el desconocimiento que acusamos respecto a una realidad en ascenso que no comprendemos y que sólo se puede desentrañar desde dentro. Es una contestación facilona para una cuestión tan sofisticada como esta, lo sé, pero elaborar la respuesta adecuada no cabe en una tribuna de opinión de 875 palabras.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.