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No es casual que haya sido la Secretaria del Tesoro de EEUU –una economista–, quien ha enviado Washington a Pekín para calmar los ánimos y allanar el camino para una mejor comunicación entre las dos economías más grandes del mundo. Los economistas –como los científicos–, ... hablan el mismo lenguaje y saben que el mercado, al contrario que el poder, no es un juego de suma cero: es una dinámica cooperativa que incrementa la disponibilidad de bienes y servicios. Se hace imperativo pactar y colaborar. Como me dijo una vez –tras muchas horas de negociación– un empresario chino con el que discutía los términos de un acuerdo: «Si es bueno para ti y no es malo para mí, si me beneficia y a ti no te perjudica, entonces todos salimos ganando». Pues eso: tras sus reuniones en China, Janet Yellen resumió lo discutido en una frase conciliadora: «El mundo es suficientemente grande para que nuestros dos países prosperen». La frase –casi literal- ya la había pronunciado, semanas antes, el presidente chino Xi Jinping cuando se reunió con el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken: «El planeta Tierra es suficientemente grande para albergar el desarrollo respectivo y la prosperidad común de China y Estados Unidos».
He estado dando vueltas a estas dos frases y he concluido que no son necesariamente alentadoras. Para empezar, no es cierto que el planeta sea suficiente pues, aunque el grado de consumo de recursos y polución que genera cada habitante chino es sólo una fracción del que genera un estadounidense, el medio ambiente no puede soportar indefinidamente modelos de crecimiento como los actuales de ambas potencias. Además, China y EE UU no sólo compiten en prácticamente todos los ámbitos posibles –económico, tecnológico, político y militar por tierra, mar, aire y digitalmente– aquí en la Tierra sino que también rivalizan en el espacio por establecer en la Luna o en Marte la primera colonia humana. Por último, para mi desasosiego, llama la atención –en ambas declaraciones– la falta de referencia al resto de la comunidad internacional. Dándole vueltas a la frase (y a la cosmovisión bipolar que contiene) me he acordado de varias citas. Aquella de Mahatma Gandhi que decía que «el mundo es lo suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la codicia de todos»; o aquella otra de Charles Chaplin que proclamaba que «en este mundo hay sitio para todos, la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres». En fin, nada nuevo bajo el sol: la coexistencia de múltiples superpotencias no es un fenómeno nuevo en la historia pero, nos guste o no, las decisiones de Washington y Pekín son cruciales pues la suma de sus dos mastodontes representa alrededor del 42% de la economía mundial.
Como inquilino de la Casa Blanca, Bill Clinton apostó por construir un orden mundial basado en reglas, alianzas y hábitos de conducta en el que EE UU habite cómodamente incluso «cuando ya no sea la superpotencia política, militar y económica del mundo» de manera que, quien pase a ser la primera potencia, herede y respete «las reglas, los socios y los hábitos de conducta» con los que a Estados Unidos le gusta vivir. Este planteamiento está muy alineado con el deseo que su predecesor en el cargo, Richard Nixon, había formulado ante el entonces primer ministro chino Zhou Enlai en 1972, llamando a ambas partes a «construir un nuevo orden mundial, en el que naciones y pueblos con diferentes sistemas y diferentes valores puedan vivir juntos en paz, respetándose mutuamente, al mismo tiempo que discrepan mutuamente».
Explica el diplomático singaporeño Mahbubani que, antes de la globalización, la Humanidad era como una flotilla de más de 100 barcos fondeados en una bahía. Hoy, en cambio, los ocho mil millones de personas que habitamos el planeta Tierra ya no vivimos en embarcaciones separadas sino que habitamos los 195 camarotes de un mismo barco. El problema es que ese 'transatlántico global' no tiene un único capitán, sino 195 comandantes, pero ninguno de ellos se preocupa por el barco en su conjunto. Pese a la preponderancia económica s inoamericana, la voluntad (desagregada) del 68% restante de la Humanidad –todas las demás economías del orbe– acabará inclinando la balanza y decidiendo el verdadero rumbo del mundo. La cuestión de fondo, por tanto, no es si EE UU y China se dividen la tarta sino la propia tarta: cómo la gobernanza global, la convergencia tecnológica, la diversidad cultural, la interdependencia económica y los desafíos globales compartidos generan un espacio en el que podemos y debemos prosperar todos los países, incluidos Estados Unidos y China. Mientras en Washington se cree que la nueva rivalidad bipolar requiere regenerar las alianzas e instituciones sobre los que se cimenta su hegemonía, los estrategas chinos apuestan por la supervivencia en un mundo sin un capitán general. ¿Y los 193 'camarotes' restantes? ¿Cómo lograremos que el mundo sea suficiente para que prospere todo el mundo?
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