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Mirar al cielo en una noche despejada es, casi inevitablemente, un anhelo de que –allá arriba– algo o alguien habite esa inmensidad; 'algo' que nos acompañe en nuestra soledad cósmica o que, superior a nuestra pequeñez, se asemeje a eso que concebimos como divino. Teniendo ... en cuenta que sólo nuestra galaxia contiene aprox. 200.000 millones de estrellas (muchas de ellas con sistemas planetarios), basta con que en el 0,01% de los planetas similares a la tierra de los trillones de sistemas planetarios que alberga todo el cosmos haya vida y sólo en el 0,01% de esos casos sea inteligente, para que la posibilidad de que haya vida inteligente en nuestra galaxia sea de al menos 20 civilizaciones. Como indicaba el astrofísico Carl Sagan, el problema no es tanto estar solos (pues casi con toda seguridad no lo estamos) como nuestra incapacidad actual para contactar y comunicarnos con nuestros vecinos. Por el momento, decía el astrónomo, debemos aprender a escuchar en silencio y aprender a descifrar en él un posible lenguaje alienígena.
La película 'La llegada' (2016) plantea, precisamente, cómo sortear el dilema de la incomunicación con alienígenas que llegan a nuestro planeta y cuyas intenciones no somos capaces de interpretar. La ciencia ficción nos ofrece un tamiz con el que revelar sentimientos hacia aquello (y aquellos) que percibimos como diferentes a nosotros. El atractivo de este género radica en cómo sus personajes responden a situaciones desconocidas, a entornos poco familiares donde las normas, estándares y reglas conocidas no sirven. La ciencia ficción nos confronta a nuestra empatía con lo insólito. Pero ¿para qué buscar extraterrestres cuando muchos terrícolas nos consideramos alienígenas entre nosotros? La palabra alienígena, procede de la raíz latina 'alius' que significa 'otro, ajeno, distinto, diferente'. A diferencia de la mayoría de películas que sugieren contactos hostiles con lo extraterrestre ('Independence Day', 'La guerra de los mundos', etc), 'La llegada' pone el foco en el dilema lingüístico y en la comunicación como única herramienta posible de entendimiento. En la película, el lenguaje empleado por los extraterrestres no sólo es inescrutable, sino que además resulta irreproducible para los humanos. La película 'La llegada' es una oda al globalismo y propone una potente metáfora de algo tan actual y concreto como es la incapacidad de actuar globalmente, sugiriendo un aterrador escenario en el que la comunidad internacional no es capaz de actuar de manera coordinada, unida y responsable ante una amenaza apocalíptica. No hace falta mirar al cielo esperando que lleguen naves extraterrestres para ponernos de acuerdo en cómo actuar de manera conjunta: el calentamiento global, las armas de destrucción masiva o una IA no regulada son amenazas muy reales, muy actuales y muy concretas que exigen del concurso global de todas las naciones.
La película acierta en multitud de aspectos: el modo en el que miramos 'lo extranjero', nuestra actitud hacia lo desconocido, qué valoramos como identitario y humano, cómo percibimos el transcurso secuencial del tiempo, etc. Uno de tantos logros es el propio aspecto de las naves alienígenas: ovaladas y opacas no parecen amenazantes y, sin embargo, son 'cajas negras' flotantes que no transmiten absolutamente nada. China a menudo resulta, a ojos occidentales, un poco así. Otro de los mayores aciertos del largometraje consiste en mostrar cómo la protagonista, al aprender el idioma alienígena, logra desentrañar el modo en que estos conciben el tiempo. Una metáfora más: la neurociencia ha demostrado que estudiar un idioma extranjero –en concreto los no alfabéticos para aquellos cuya lengua materna lo es– reamuebla la estructura neuronal del cerebro. En esencia: por sus atributos tonales y su empleo de idiogramas, el chino mandarín exige trabajar los dos hemisferios cerebrales para procesar lo visual, lo tonal y lo gramatical de su estructura lingüística.
Y es que el lenguaje importa mucho y es preciso emplearlo con consideración, cuidado y responsabilidad pues lo que no une, separa. A lo largo de la Historia, la incomunicación ha degenerado en incapacidad para comprender al otro y, por ende, para respetarlo, deviniendo en frustración, violencia y guerras. Como dice uno de los personajes del filme: «El lenguaje es el primer arma que se desenvaina en un conflicto». Si yo pudiese viajar en el tiempo, uno de los diez sitios a los que me teletransportaría sería a la antigua Babilonia. Según el relato bíblico, allí nació el galimatías: Dios decidió crear distintas lenguas para que los habitantes de la tierra no se pudieran comunicar, impidiéndoles construir una torre que rivalizase con su grandeza. Mucho peor que no hablar el mismo idioma es no querer comunicarse. Así, con sangre española, rusa y china corriendo por sus venas, uno de mis mejores amigos ha bautizado a su hijo con el nombre 'Babylon'. Es una metáfora del mundo en que vivimos y, también, una promesa esperanzada de que, pese a todas nuestras diferencias, lograremos entendernos.
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