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A la muerte de Franco, hace ya unos cuantos años, los españoles fabricamos una nueva Constitución de todos y para todos. Lo hicimos con cierto temor recordando el pasado huero de otras veces y, por lo tanto, para hacer admisible su promulgación y su permanencia, ... admitimos en su redacción todas las tendencias con el fin de que estuvieran representadas. Eso obligó a la toma de un traguito de quina cada cual, evitando además abracadabras externos como lamentablemente había sucedido en otras ocasiones.
La concesión del permiso a instrumentistas diversos fue una buena fórmula, incluso con algún compositor comunista o nacionalista o separatista más o menos disfrazado. Un éxito tremendo el ver a las dos Españas, ya difíciles de identificar, caminando abrazadas tal y como expresa la obra de Juan Genovés situada hoy en el vestíbulo del Congreso de los Diputados.
Había que sorprender y lo hicimos. Había que ser generosos y supimos serlo. Había que fabricar un auténtico esfuerzo democrático y se hizo. Fuimos el ejemplo soñado a los ojos del mundo que de inmediato nos abrió sus puertas y ventanas un tanto perplejo y admirado.
Nada de ello hubiera sido posible sin la renuncia voluntaria de algunas instituciones y personas: diputados pasados de fecha con hoja de caducidad ya excedida se hicieron generosamente el harakiri en plenas Cortes Generales y la Corona, mirando hacia delante y olvidando su pasado absolutista, concesiones históricas y privilegios seculares reafirmadas en una ley orgánica de sucesión promulgada a capricho del régimen anterior, optó por la desprendida fórmula de afirmación de una monarquía parlamentaria con vocación de sacrificio poniendo al Estado en las manos sabias del pueblo.
Todo ello fue posible gracias a una figura irrepetible que la historia recolocará donde corresponde, el rey Juan Carlos l, que modernizó la monarquía y a España a través de renuncias y leyes de convivencia liderando una Transición democrática, eligiendo a los pilotos y sobre todo evitando cuidadosamente inmiscuirse en la redacción de la Carta Magna.
La Corona se quedó tan sólo con parcelas de arbitraje desde la jefatura del Estado capaces de favorecer todo aquello que el pueblo a través del Parlamento y de las leyes tenga a bien disponer y, sobre todo, ejerciendo como cemento de unión de la unidad de España y de los españoles a los que tantas vidas generosas costó su defensa a lo largo de nuestro pasado glorioso de más de cinco siglos, que ahora muchos ingratos bien alimentados discuten.
Dos misiones con elevados objetivos que en este momento se están poniendo a prueba a consecuencia del resultado enrevesado de las últimas elecciones generales de difícil encaje, debido sobre todo a la aplicación asimétrica de nuestros deseos en una ley electoral incomprensible que evita que todos los votos tengan la misma traducción en escaños.
Se produce la paradoja de que partidos que llevan en su programa la destrucción de España, que además insultan al Estado prometiendo o jurando la Constitución y por ende no acuden a la llamada del Rey para conocer el sentido de su voto, dispongan de una llave que podría facilitar sus propósitos.
Todo ello sería imposible si los dos partidos mayoritarios se pusieran de acuerdo. Pero está claro que a consecuencia de la actitud de uno de ellos, la del perdedor de las elecciones, el presidente Sánchez, en su afán de permanecer en Moncloa al coste que sea y aplicando su conocido lema de «yo sin mi no soy nadie», hará imposible tal acuerdo aun a costa de: concesiones asimétricas de financiación al País Vasco y Cataluña –condonando además la deuda histórica catalana de 70 mil millones– más la amnistía a más de 700 golpistas ya condenados que facilitaría su regreso entusiasmado con el objetivo prioritario de romper España, más la facilitación de un referéndum de autodeterminación en ambos territorios españoles. Todo ello resulta un riesgo evidente de que se produzca la quiebra de nuestro sistema secular de convivencia. Una sinrazón.
Todavía los españoles recordamos con emoción el discurso del Rey Felipe VI el día 2 de Octubre de 2019, que por su eficacia y claridad nos hizo recordar aquel otro de su padre en la madrugada del 23 F de 1981.
Pues algo así, esperamos de Vd. estos días, Señor.
Dicho esto, no queremos ponerle en situación imposible, ni hablamos de espada y de pared, pero después de haberle concedido la posibilidad de investidura, como corresponde, al señor Feijóo ganador de las elecciones, si ésta no fuera posible, ¿no sería factible encontrar una fórmula democrática que nos lleve a nuevas elecciones en una fecha sensata fuera de la parrilla en la que nos tostamos en las pasadas del 23 de Julio que alejó a muchos españoles de las urnas?
Algo así nos sacaría del bloqueo y de la traición.
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