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Estos días pasados de Semana Santa apropiados para el recogimiento, la oración y el ayuno de los cristianos, fueron especialmente tristes. No por la lluvia, casi inexistente por estos lares a pesar de las reiteradas advertencias tenebrosas que como siempre erraron en el pronóstico. Lo ... fueron, porque además de mi condición de cristiano, coincidieron con la muerte de mi amigo Emilio Lora-Tamayo el día de Viernes Santo. Desaparece una cabeza luminosa e inteligente, despejada hasta el final aunque no pudiera ya sostenerla sobre sus hombros a consecuencia de la ELA (esclerosis lateral amniotrófica) que padecía, esa terrible enfermedad incapacitante y cruel a la que todavía se le niegan las ayudas necesarias que puedan mitigar su terrible invalidez.
Emilio Lora-Tamayo fue rector de nuestra UIMP y había puesto en marcha un ambicioso proyecto que completaba la labor de César Nombela, su insigne predecesor (ambos habían sido directores del CSIC), que ponía en rampa de lanzamiento un alabado plan de desarrollo con la premisa de «desacostumbrarnos de lo vulgar para vivir resueltamente lo bueno, lo bello y lo noble» (Goethe), como a él le gustaba mencionar.
Iniciado el proyecto, fue cesado por motivos estrictamente políticos por Pedro Duque, ministro de Ciencia, Innovación y Universidades. El astronauta se cargaba la rampa de lanzamiento, el piloto y por lo tanto la nave para cumplir una absurda ley de cuotas o para obedecer con sumisión una orden sectaria poniendo al frente a una mujer, María Luz Morán, que en un par de años no liquidó nuestra ya casi centenaria universidad porque Dios no lo quiso… el mismo Dios al que el ministro negó su existencia ante unos colegiales, «He subido al espacio y no he visto a Dios por ninguna parte», les dijo sin sonrojarse.
Emilio Lora fue, tras su marcha –tan elegante como su conducta–, rector de la Universidad Camilo José Cela (CJC) donde pudo desarrollar una labor extraordinaria. Otros se aprovecharon de su valía y de su trayectoria que fue muy bien contada –por cierto– por Guillermo Balbona en las páginas de este mismo periódico el pasado domingo haciéndole justicia.
Habiendo salido a colación la figura de Cela, nuestro admirado premio Nobel, personaje singular donde los haya, viene al caso recordar una de sus anécdotas: le preguntaron sobre varios ministros y políticos del momento a lo que contestó con su ingenio habitual. ¿Qué opina vd. sobre XXX? «Pues que es asaz incompetente», respondió utilizando un término casi exclusivo de la poesía. El periodista repreguntó: ¿Y sobre YYY? «Pues que es igualmente un asaz incompetente», repitió. ¿Y sobre ZZZ? «Pues qué quieren que les diga, podríamos decir que es un asaz capullo».
Ninguna definición parece mejor para aplicar a nuestro ministro astronauta.
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