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Del lado bueno de la vida

La historia nos permite aprender de los errores

Martes, 10 de marzo 2020, 07:20

¿Cómo puede ser que llegaran tan lejos? ¿cómo pudo ser que no se parara antes? Cuando te dedicas a la docencia, a la Historia en específico y con edades que cuestionan hasta los movimientos de la tierra; tienes la gran ventura, o desventura, de ... revisitar lo cíclico tanto de lo célebre como de lo ignominioso de nuestras civilizaciones. Esas preguntas se repiten año tras año, curso tras curso. Suelen estar relacionadas con grandes genocidios de la humanidad. Aparecen al conocer textos de Fray Bartolomé de las Casas y las vergüenzas de la conquista de América; tras el fracaso de la Internacional cuando la clase obrera luchó entre sí, y, sobremanera, tras el balance de la II Guerra Mundial. Lo reciente de esta guerra, la literatura escrita y las películas que lo retratan de un modo tan real y, presuntamente, cercano; donde los malos son malos y los buenos tienen su escena de triunfo final, ayudan a crear una perspectiva crítica y, en cierta medida, con aires de superioridad moral ante los crímenes cometidos. La historia tiene eso: nos permite situarnos, comentar, juzgar y, en el mejor de los casos, aprender de los errores históricos. Pero, los que nos dedicamos a esta maravillosa profesión, sabemos que, lamentablemente, esto no siempre ocurre así. Corren tiempos oscuros, tiempos en los que los maestros somos cuestionados por asuntos que antes no se discutían, sino que eran valorados como parte de nuestra labor. Nuestra influencia podía llegar sin miradas turbias y sin ser tildada de «sucio adoctrinamiento». Las preguntas son muchas, las dudas evidentes y los discursos demasiados. Explicar que no es congruente estar orgulloso de algo que no te pertenece, algo que simplemente te fue otorgado por suerte de haber nacido donde has nacido. Que nadie se merece más por el color de su piel, por la latitud de su alumbramiento; que estar «orgulloso» de ser de determinado país es una proclama, un sinsentido. Estaremos orgullosos de nuestra gastronomía, de nuestro sistema de salud, de las pensiones o del cuidado de la infancia. Pero, con quince años, sentirte orgulloso de que tu país está vacío de contenido, más allá del matiz político que le quieras otorgar. ¿Cómo puede ser que llegaran tan lejos? ¿cómo pudo ser que no se parara antes? ¿cómo respondemos a eso los docentes? Con mucha vergüenza. A tan solo dos horas de avión estamos permitiendo lo mismo que nos horroriza de la historia. Estamos siendo cómplices de tamaña barbarie y, de continuar permitiéndolo, seremos juzgados por las generaciones venideras como lo son ahora los antiguos simpatizantes del Partido Nacionalsocialista que decidieron creerse que merecían más por el simple hecho de haber nacido «del lado bueno de la vida», del «lado bueno» de ser alemán.

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