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No he visto nunca a nadie que fume como fuman los chinos. No me refiero al cuánto (que también), si no al cómo. Hay algo místico en el modo en que fuman y, también, metafísico en las posturas que los chinos emplean para fumar. Mientras ... en Occidente es habitual ver a los fumadores consumiendo cigarrillos con cierta ansiedad y, tras aspirar el humo, expulsarlo lejos de sus pulmones, los chinos, a menudo, parecen fumar a cámara lenta mientras la ceniza se acumula al otro lado de su cigarrillo, ensimismándose en un trance de humo que los envuelve y acuna.
China produce más del 40% de los cigarrillos del mundo y un quinto de su población fuma (unos 2,3 billones de cigarrillos al año). Eso representa un tercio de todos los fumadores a nivel mundial, lo cual representa, anualmente, aproximadamente, 1.800 cigarrillos per cápita. Es decir, que cada habitante chino fuma un promedio de 5 cigarrillos al día. Pero la cuenta, en realidad, es otra: el 53% de los hombres fuma pero sólo el 2,5% de las mujeres es amante de la nicotina. Eso sí, los que fuman, lo hacen por ellos y por sus compañeros que no fuman. Es decir: en China lo raro, para un hombre, es no fumar. El hábito de fumar está completamente enraizado en la cultura y forma parte de la cotidianeidad china. En China fuma todo el mundo. El cartero, el taxista, el secretario del partido, el director de fábrica, el médico, el repartidor, el profesor o el banquero. Los propios líderes del Partido Comunista -Mao ZheDong y Deng XiaoPing entre ellos- se mostraron durante décadas con un sempiterno cigarrillo entre los dedos.
Los chinos, grandes amantes del tabaco, son auténticas locomotoras. Por eso no es extraño ver, en cualquier sitio, a cualquier hora del día y en cualquier posición, a gente fumando. En los baños de los centros comerciales, en los descansillos de las escaleras antiincendios del interior de los edificios, colgados de la pared de un rascacielos mientras están limpiando su fachada o, hasta hace no mucho, en los hospitales. Con cerca de 90 marcas distintas de tabaco repartidas por la vasta geografía chinesca, el fumador tiene donde elegir y los cigarrillos locales se han convertido en una suerte de souvenir para quien viaja, representando muchas de las cajetillas el símbolo regional de turno (la torre de la Grulla Amarilla de Wuhan, la Pagoda Roja de Yunnan o el complejo palaciego de ZhongNanHai o TianAnMen en Pekín, entre otros).
El humo del tabaco es todo un lenguaje en China y, a menudo, pareciera que el prerrequisito para comenzar una conversación fuese, precisamente, encender un cigarrillo. Tanto es así, que la bienvenida habitual -en muchos lugares del país- sigue consistiendo en ofrecer al recién llegado un cigarrillo y el tabaco es uno de los regalos más populares entre socios comerciales, parientes y compañeros de trabajo. Aunque, desde el año 2011, existe en el país una prohibición explícita de fumar en lugares públicos, no es raro ver a fumadores disfrutar del humo de sus cigarrillos justo debajo de letreros que prohiben fumar.
Como sucedía en España hace no tantos años, el primer cigarrillo se lo ofrecen a los adolescentes sus propios parientes -en fiestas tradicionales o en la celebración de bodas, aniversarios o funerales- en una especie de ritual de entrada en la vida adulta. A esto hay que sumar el problema de polución que aqueja a muchas ciudades chinas, con unos niveles promedio de contaminación que triplican o quintuplican los niveles recomendados por la OMS. Es decir, que sea fumador o no, quien vive en muchas ciudades de China, aspira -en forma de polución- el equivalente a varios cigarrillos al día. Así, uno de cada tres hombres chinos morirá en los próximos veinte años como consecuencia del tabaquismo; aproximadamente un millón cada año. El problema es que fumar en China resulta muy barato (50 céntimos de euro las marcas más populares) y eso explica, también, lo escasamente eficaces que resultan las campañas antitabaquismo emprendidas por el gobierno (eso y que cerca del 8% de todos los ingresos del Estado los generan los impuestos que gravan el tabaco).
Pese a todo el perjuicio que provoca a la salud, hay una inexplicable poesía en el modo en que fuman los chinos. Mecidos en ese ondulante halo trabajan, conversan, negocian, leen y, a veces, también, comen. Si los recuerdos son olores y el olfato es el sentido que más rápidamente activa nuestra reminiscencia, por muchos años que pasen, a mí el olor del tabaco chino siempre me transportará a China. El tabaco chino suele estar perfumado y su aroma -especiado, leñoso, voluptuoso o dulzón- no suele parecerse al del humo de ningún otro tabaco del mundo. El olor de algunas de sus marcas más emblemáticas -Doble Felicidad, China, Panda, Shanghai o Crisantemo- resulta inconfundible para quien ha vivido suficiente tiempo en el país. Decía mi abuelo que «el tabaco acompaña mucho» y esa es, exactamente, la sensación que transmiten los chinos cuando fuman: se arropan en humo, dialogan con él. Para ellos, fumar no es sólo una cuestión de tabaco y nicotina, sino toda una manera de estar en el mundo y de disolverse en él.
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