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En la antigua cocina arde un fuego vigoroso, que espanta la penumbra. La tarde es gris. La fina lluvia empaña los cristales por el vaho del calor de la lumbre. Junto a la hoguera, una anciana de rostro cansado y amable, pelo blanco y ropas ... negras atiza los rescoldos con encallecidas manos. La soledad es absoluta, salvo el gato acurrucado junto al cesto de la leña. Y, de pronto, suena, bip bip, doble pitido, mensaje del whatsapp.
Con dificultad la anciana lee el texto, que en grandes letras ocupa la pantalla del móvil. -Hola mamá, ¿qué tal estás?-. Duda la anciana, y con un dedo tembloroso responde a su ausente hija -bien cariño, ya sabes, junto al hogar, echando el rato hasta la hora de la cena-. La hija le vuelve a escribir, si necesita algo que les llame, que se abrigue, que no coja frío, que ellos están bien, que los niños en casa son un agobio, que, como ve en el chat familiar las otras hermanas están bien...
La anciana responde a su hija que cuánto se alegra de que estén bien, ánimo con los niños, que se cuiden ella y las hermanas, que el valle tranquilo, que ella tirando con algún achaque, que, cuando pase el virus, estarán juntos de nuevo. Responde la hija -muy bien mamá. Esto pasará pronto. Sigue cuidándote. Te queremos-. Y concluye con un emoticono lanzando besos. La anciana mira con pena la pantalla y responde -yo también te quiero hija mía. Gracias por tu mensaje. Un beso. Te quiero-. Añade, como le enseñó su nieto, un corazón a su mensaje.
La pantalla vuelve a la obscuridad, la anciana toma dos pequeños troncos, los echa a las llamas y, con una tos seca que desgarra sus desgastados pulmones, musita, con una oración: te quiero hija mía. Y, estremecida por la tos y la fiebre se acurruca un poquito más junto al hogar buscando calor.
Es una situación novelada. La hija quiere a su madre. Y la madre a su hija. Pero en la era del whatsapp, la sociedad está olvidando que la voz es la que expresa los sentimientos, la que nos diferencia de los animales, la que nos indica cómo está el estado de ánimo, la vida y hasta la salud de los seres amados. Por supuesto, el whatsapp es muy útil, empezando por las vídeo-conferencias o los grupos de chat. Pero nunca reemplazará el afecto, la ternura y la confianza de escuchar la voz de la persona amada aunque sea por la frialdad de un teléfono.
Son tiempos difíciles en España y en la humanidad. El trabajo de nuestras Fuerzas Armadas, Guardia Civil y Cuerpos de Seguridad del Estado, sumado a la labor de otra profesión vocacional como es ser médico, enfermero, auxiliar de enfermería, nos da tranquilidad y esperanza. Para descargar la tensión, para dar información, para estar en contacto la gente tiene medios como el whatsapp. Las bromas y los chistes de la red gracias al ingenio español hacen que hasta en el drama una sonrisa ilumine las tinieblas del ánimo.
Nuestra sociedad es capaz de lo mejor, y cualquier forma de comunicación es válida para transmitir ilusión por vivir, ánimo en la aflicción y serenidad en la batalla contra este virus que más parece fruto del mal que de la naturaleza.
Pero quien escribe estas líneas insiste: es esencial recuperar la comunicación por la voz, no sólo enviándose mensajes de whatsapp, que bien están pero que privan de algo tan bello como escuchar a quien se ama. Es necesario marcar el número de teléfono de los padres, el esposo, los hijos, los abuelos, los amigos. Y escuchar al otro, sea por el teléfono clásico, sea por vídeoconferencia de datos. Sentir su cercanía en la distancia, reír, llorar, conversar, meditar, rezar juntos, aunque sea durante unos minutos, haciendo posible lo que físicamente es imposible: darse un abrazo con toda la ternura, ánimo e intensidad en la voz del ser amado.
En esta epidemia del coronavirus, los pequeños detalles cuentan mucho. Los chats y los mensajes son muy útiles para combatir la soledad y la tristeza que a todos nos embargan el alma en esta crisis mundial. Pero nada es comparable, cuando el cariño físico de un abrazo o un beso no es posible, al sonido real de la voz del ser amado. La viejecita del inicio de esta columna seguro que sanó.
Pero lo que no sana en la memoria es dejar pasar la oportunidad, hoy más que nunca, de expresar el amor de viva voz a la persona querida. En esta lucha contra esta plaga que azota la humanidad, ojalá estas palabras sirvan para recobrar lo más bello en la distancia: hablar con el ser amado.
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