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Entender el por qué de una guerra civil es relativamente sencillo si se compara con el cómo. Cómo se llega a una guerra civil no es tan sencillo de entender porque tiene un fuerte componente emocional del que carece el por qué. Para entender ... a fondo esta profunda emoción es probable que sea necesario haberla vivido en primera persona. Sólo así se explican ciertas reacciones que, una vez pasadas, a uno le cuesta reconocerse en ellas e incluso aduce un momento de locura en el que 'se perdió la cabeza'.
Nacido después de una guerra civil, para la que todos tenían su propio por qué y te lo explicaban, pero ninguno era capaz de expresar razonadamente el cómo, nunca pude concebirlo y relegaba la cuestión al misterioso ámbito de la locura colectiva. He tenido que experimentar en carne propia el fenómeno del trumpismo, sorprenderme sintiendo que la única forma de librar al país de la catástrofe es aceptar primero y ganar después la guerra civil que nos ha declarado. Y digo bien, sintiendo, porque se trata de un sentimiento para el que no encuentro una explicación racional. Trátase de un pálpito, de una convicción instintiva que no necesita de más razones para adueñarse del corazón y la cabeza. ¡Por fin lo he entendido!
El rotundo fracaso de la razón, la terminante negación de la vía democrática para dar salida al conflicto, la consecución de la paz mediante la guerra en lugar del compromiso entre las partes. Lo cual me lleva a pensar que la democracia no es el instrumento idóneo para restablecer la paz, una vez declarada la guerra. La democracia sería el instrumento más apropiado para administrar dicha paz; pero una vez que ésta se ha hecho pedazos sólo la victoria rotunda de una de las partes puede restaurarla. Entonces es el momento en que al vencedor le conviene ser magnánimo con el vencido: la democracia.
Dos reflexiones. La primera es que la transición pacífica del franquismo a la democracia, sin una guerra de por medio, fue verdaderamente excepcional. Y así fue percibido por todos los países de nuestro entorno, aunque a nosotros nos pareciera lo más natural del mundo. Incluso en la vecina Portugal hubo un pronunciamiento militar. Una posible explicación es que la Transición había empezado bastante antes de la muerte física del Caudillo. Lo realmente anacrónico era la pervivencia de un régimen autoritario en una Europa democratizada. La juventud española pedía a gritos la regularización del sistema político, su homologación con el resto de Europa, y las mentes más lúcidas del régimen lo vieron claro. Decidieron ser magnánimos sin que mediara una guerra que, aunque su victoria fuera evidente, a la larga estaba perdida. La democracia tuvo allí su oportunidad de administrar la paz. La Constitución fue el compromiso, el nuevo contrato social entre las partes.
La segunda reflexión es que, precisamente por este motivo, hay que hacer lo imposible para restablecer un contrato social que está reventando por varias e importantes costuras, de tal manera que recoserlo no parece que sería suficiente. La alternativa, lo estamos viendo, es la guerra civil fría. En Estados Unidos, Joe Biden parece tenerlo claro. Pero más de un 40% de los votantes siguen envueltos en el bucle melancólico del trumpismo, completamente inmunes a cualquier razonamiento que provenga del 'enemigo'; y un 75% de los congresistas republicanos están dispuestos a estimular dicha actitud. En España, ni siquiera ha surgido un Joe Biden.
El lógico pesimismo está más que justificado, pero dada la alternativa me resisto a aceptarlo. En Estados Unidos, país donde resido y voto, la sociedad civil y los gobiernos locales se confabularon primero para echar a Trump de la casa blanca y continúan haciéndolo para que el programa de Biden llegue a buen término y se consiga desactivar el fenómeno del trumpismo. El éxito no está garantizado pero es la opción más plausible. Que Biden obtuviera seis millones de votos más que Trump, quien de por sí obtuvo más votos que ningún otro candidato en la historia hasta ese momento, prueba la eficacia del plan.
La sociedad civil española, junto a los gobiernos locales, debe hacer otro tanto. En la lucha contra el covid-19 ha podido comprobarse como actores al margen del Estado (Ortega-Inditex, Cáritas, centros de acogida...), coordinados con dirigentes políticos regionales, han respondido con eficacia allí donde el Gobierno central se mostraba indeciso cuando no caótico. Han puesto de manifiesto el talento existente para resolver problemas reales de ámbito nacional. Habría que movilizar a sectores influyentes de la sociedad civil: universidades, asociaciones profesionales, ONG's, empresas y sindicatos...
Sectores con capacidad para coordinarse y poner a gobierno y oposición en la tesitura de dar prioridad a las verdaderas necesidades del país, relegando a un distante segundo término su desdichada lucha por el poder.
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