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Un amigo me describe perfectamente el panorama: «Defenderemos Ucrania hasta el último... ucraniano». Con la guerra europea bien cerquita -y con la de Taiwán a punto de caramelo-, el personal continúa férreamente sujeto a los problemas del primer mundo, obviando la proximidad del ... frente y los efectos más devastadores de un conflicto que promete ser largo. Pobres ucranianos, sí, pero que no me quiten la serie turca. Los políticos y los comerciantes patrios (sin perjuicio de los lazos y las manifestaciones de apoyo verbal a Zelenski) han mostrado aquí su preocupación por la inseguridad que supuestamente generaría un apagón de los escaparates. Como todo el mundo sabe, nosotros podemos vivir un día más gracias a que alguien ilumina bolsos y electrodomésticos.
Que la historia va en serio se demuestra en la más que aparente fragilidad de todas las cosas. Los acontecimientos sugieren que ya no hay nadie al volante; que resulta casi imposible prever el próximo desafío. Los líderes del planeta, empeñados en sostener comportamientos y discursos de los tiempos plácidos, se nos antojan cada vez más inoportunos. Sus palabras, siempre de consumo interno, encuentran un eco partidario en estas redes sociales invadidas por los militantes. Al ciudadano se le atraganta la razón de Estado.
Eso sí, en una época de oscuridad política e inestabilidad económica, es bueno animarse. En el barullo, prosperan los intelectuales de la palmadita en la espalda y de la rebelión sin riesgo. Aquí, ha venido, por ejemplo, el coreano Byung-Chul Han, pensador de moda, quien, en la inauguración de su curso magistral, ante un aula de la UIMP abarrotada, pronunció, entre otras, las siguientes frases: «Abogo por que se dé un uso humano a los medios, por que estén al servicio de las personas», «pese a la creciente conexión y a la conectividad ahora estamos más solos que nunca» o «si (la digitalización) la dejamos en manos de la economía y el capital lo que hacemos es destruir nuestra alma y nuestra cultura». Ahí lo tienen.
La amplia crónica del evento que, hace unos días, publicó Mada Martínez en este periódico muestra a un Han desatado y feliz en el lugar común. No me malinterpreten, también Cioran pensaba que el monólogo de Hamlet era un lugar común, pero que eso no le restaba hondura e importancia. El filósofo coreano debe de saber que, en la era de los grandes ofendidos, lo fundamental es acariciar las mentes de los lectores, elogiar sus instintos cómodamente indignados, destacando siempre la propia inocencia y, por supuesto, dirigiendo contra otros la rabia por un presente deshumanizado y hostil. Con estas mentes, no hacen falta luces en los escaparates en Rualasal.
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