El cambio climático se aproxima como una realidad con la que inevitablemente vamos a tener que convivir en el futuro, si bien, los grandes perjudicados no somos la generación actual, sino nuestros descendientes, a los que vamos a dejar una situación muy complicada y, sobre ... todo, un mundo cada vez menos habitable. Solo hemos sido capaces de reaccionar cuando, después de anteponer todas las disculpas imaginables, ha sido imposible dejar de reconocer lo evidente, para así demandar paliativos que nos quiten, de momento, el problema de encima.
Dar a entender que la repercusión del cambio climático en nuestra bahía pasa por construir los espigones de La Magdalena, es sencillamente una relación tan forzada como inaudita. Imponer una obra de más de dos millones de euros para algo que se puede resolver de manera mucho menos agresiva, más sencilla y económica, es tergiversar la cuestión. Es de sentido común que para actuar frente al cambio climático es imprescindible realizar un Plan de Gestión Medioambiental de toda la Bahía, que estudie en profundidad su funcionamiento y regule los pasos a dar para adaptar el estuario a los cambios venideros, y así proteger lo más esencial, que son las zonas residenciales y los servicios estratégicos. Para ello habría que coordinar los intereses de varios ayuntamientos, del puerto y de muchos particulares, y tomar medidas para la reversión de antiguas marismas y rellenos; y eso no es muy popular. Nadie está interesado en llegar a acuerdos que pasan por la contención de sus intereses, e incluso por revertir actuaciones y obras realizadas hace décadas.
Echar la culpa de este debate a la playa de La Magdalena es mirar hacia otro lado y no atreverse a entrar en el fondo del problema: la falta de una actuación planificada para el cuidado de la bahía. Llevamos décadas de retraso en tomar medidas que eviten el progresivo anegamiento de la bahía, que es causa de continuos perjuicios, tanto en los ecosistemas naturales como en la navegación interior. La solución a los problemas medioambientales no puede ser la disculpa para justificar otra degradación paisajística y ecológica, es un disparate que solo se puede creer quien tiene muchos intereses en ello.
Pretender que la playa permanezca estática todo el año, a costa de construir grandes espigones, resulta irracional
En el caso de la playa de La Magdalena, llevamos décadas manteniendo anualmente la playa de manera respetuosa y poco agresiva, reponiendo las arenas antes del verano y dejando que el invierno haga su parte, para volver a acomodarla al año siguiente a un coste fácilmente asumible. Pretender que la playa permanezca estática todo el año, a costa de construir grandes espigones, resulta irracional. La carrera de marea en la bahía supera los cuatro metros de altura y las numerosas corrientes son parte de la vida de sus aguas. Pretender que la arena permanezca inmóvil es, sencillamente, ajeno a la realidad. No puede ser que para resolver el problema de la arena haya que cargarse la playa, en un lugar que es icono de la calidad paisajística y de la historia de Santander.
La función del espigón de La Magdalena no es de rompeolas, sino la retención de arenas, por lo tanto la solución, si realmente se necesitara, que no es el caso, debería haber sido mucho menos impactante, prueba de ello es que todo lo que emerge por encima de la superficie en pleamar, sencillamente no sirve para nada. Por supuesto que hay alternativas, y el Instituto de Hidráulica lo sabe, pero no quieren reconocer que se ha hecho fatal y que entre las posibilidades que se barajaron, se escogió la más impactante. El espigón construido es una escollera de rocas propia de un polígono industrial, sin ningún cuidado hacia un lugar de alto valor paisajístico y cultural; es peligroso para el uso ciudadano y no tiene ninguna calidad estética. Actuaciones contemporáneas en lugares de similar calidad ambiental tienen siempre como prioridad provocar el mínimo impacto paisajístico y ecológico. Sin esta premisa, cualquier actuación resulta irracional y obsoleta.
Los espigones de La Magdalena desmerecen a una entidad tan prestigiosa como el Instituto de Hidráulica Ambiental de Cantabria, precisamente en su ciudad, donde debería ser especialmente cuidadoso. Demuestra ser conocedor de los aspectos técnicos pero no de los humanísticos, y debería ser más crítico con sus propias actuaciones, más aún, cuando el resultado es especialmente dañino.
Para intervenir acertadamente sobre un lugar tan excepcional como la Ensenada de la Magdalena se ha de poner al lado de la calculadora el paisaje, el patrimonio, la historia, la biología, la literatura o la filosofía. Sin tener en cuenta estos criterios humanísticos y científicos, que orienten nuestro proceder, nos volvemos simples herramientas e inconscientes del daño que pudiéramos haber evitado.
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