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El Comandante en Jefe, de ascendencia literalmente anglo-sajona, había convocado una reunión ultrasecreta en el gabinete de crisis, a muchos pies bajo tierra, cuya exacta localización era también ultrasecreta. Los miembros del gabinete, conspicuos ejemplares de la tribu conocida como WASP, fueron conducidos ... individualmente al lugar por guardias perfectamente entrenados en el mantenimiento de secretos militares. Una vez reunidos todos los convocados, ministros de absoluta confianza y jefes de la seguridad y defensa nacional, el comandante en jefe tomó la palabra.
El país, no hacía falta subrayarlo, estaba sumido en una crisis que afectaba a sus intereses vitales. Todo iba viento en popa con el mejor Gobierno que nunca hubiera tenido la nación hasta que se desencadenó esta peste de proporciones inimaginables que lo azotaba sin piedad. Situación que había sido aprovechada de manera absolutamente criminal por una oposición secuestrada por los enemigos de la patria para dar un golpe de Estado y hacerse con el poder. Todo el mundo era consciente de la existencia de un diabólico plan para ganar las elecciones presidenciales en unas semanas. Un plan que incluía manipular los medios de comunicación y las redes sociales, a fin de llevar a cabo un masivo fraude electoral mediante el amaño de los votos por correo.
Estos iban a aumentar exponencialmente a causa del miedo a la peste. El Gobierno se encontraba con las dos manos atadas y no podía sentarse a esperar así que había decidido tomar la iniciativa. El plan se basaría en la ancestral táctica del judo, utilizar contra sus enemigos el arma que estos blandían a diestro y siniestro: la peste. Dicho lo cual el presidente le pasó la palabra al vicepresidente para que expusiera los detalles.
De pronto se dispararon todas las alarmas, el propio presidente se había contagiado del implacable virus causante de la peste. El equipo médico habitual, doctores del hospital militar de su absoluta confianza, dirigidos por el mismo médico que se ocupaba de cuidar al presidente desde hacía muchos años, se encargaron de tener puntualmente informada a la opinión pública sobre la evolución del paciente. Y sucedió el milagro. Por arte de magia, gracias a un tratamiento ultrasecreto del que solo se conocía el nombre de un par de medicamentos ampliamente publicitados por el propio presidente al iniciarse la pandemia, pero que habían sido descalificados por los científicos (ese conocido grupo de conspiradores) dada su bien probada ineficacia. El hecho era que el presidente se había curado por completo en cuestión de días y aparecía ahora, serio y en perfecto estado de salud. Videos oficiales lo habían mostrado, primero, enfermo pero caminando por su propio pie; un par de días después convaleciente saludando desde el coche a cientos de devotos ciudadanos que hacían rogativas por su salud; y dos días más tarde saliendo a pie del hospital, subiendo con inusitada soltura las escaleras de palacio y asomándose al balcón para saludar al estilo militar como victorioso comandante en jefe. No se mostró la presencia física de multitud alguna pero millones de gente pudieron contemplarlo desde sus salas de estar. A los ojos del público el presidente era la viva encarnación de un superhéroe. La kriptonita no había podido con él y él mismo, con sus propias manos, iba a salvar el país. La derrota definitiva de aquella pandemia estaba a la vuelta de la esquina, la gente debía perder el miedo y hacerla frente con el coraje tantas veces probado, en situaciones de riesgo mucho más graves, sin ceder al pánico. El peligro más inminente al que ahora habían de enfrentarse era la conspiración puesta en marcha por los enemigos de la patria para adueñarse de ella mediante el robo de las elecciones. Es a eso a lo que debían dedicar todas sus fuerzas movilizando a millones de votantes para que le entregaran su voto. Él, reelegido, se encargaría de arrojarlos a las tinieblas exteriores donde ya habían estado los últimos cuatro años.
El único milagro fue que la magia blanca no consiguiera culminar su último objetivo. La primera parte del plan ultrasecreto había funcionado a la perfección, pero siempre supieron que sería insuficiente; apretaron, pues, el gatillo de la segunda parte. Como el conteo de votos formaba parte esen cial del fraude electoral, la estrategia era provocar la intervención del Tribunal Supremo donde el gobierno contaba con mayoría de magistrados. Sus abogados se desplazaron a los Estados más competitivos para suspender el conteo; mas esta parte del plan se basaba en que la diferencia en votos fuese lo suficientemente pequeña para lograrlo. Ello resultó ser su talón de Aquiles, las diferencias fueron grandes. Sólo quedaba una alternativa, perdida la batalla legal había que lograr la victoria (in)moral para fidelizar a las masas y regresar al poder cuatro años después. Eso lo ha conseguido. Todos tenemos alguna teoría conspirativa a la que damos crédito sinceramente. Esta es mi favorita.
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