![Make Cantabria great again](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202110/30/media/cortadas/68771589--1248x1500.jpg)
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El objetivo último de la autonomía que entró en vigor en 1982 no fue otro que el «Make Cantabria great again», al estilo de ese lema electoral de Donald Trump («Haz América grande otra vez») que cautivó a los nostálgicos estadounidenses.
El centralismo, Castilla ... y el sursuncorda habían sido los causantes del desgaste de la Edad de Oro de Cantabria. El contexto de la Transición a un estado democrático y autonómico era, efectivamente, el de la grave crisis económica de mediados de la década de 1970 (que obligó a los famosos Pactos de la Moncloa) y las perspectivas de un desarme arancelario progresivo ante el Mercado Común Europeo, amenaza tanto para la pequeña ganadería como para una industria protegida en frontera. Había muchos símbolos de aquel orgullo, entre ellos la imagen de Torrelavega como 'ciudad del dólar' o la fama internacional de Laredo como una especie de Riviera pejina, así como la recuperación de Santander al dotarse de un nuevo Valdecilla y una universidad.
En la capital se desplegaba también la nostalgia de lo mucho que debía al medio siglo de la Restauración, especialmente a partir de los veraneos regios. Con la democracia, la UIMP se pudo vincular con menos complejos al precedente de la Universidad Internacional de Verano creada por el Gobierno republicano en 1932. Muchas figuras de dicho periodo y también del medio siglo liberal anterior, fueron objeto de recuperación. Más en profundidad, la Restauración había destacado a varios montañeses entre la élite cultural y científica de España, como Marcelino Menéndez Pelayo, José María de Pereda o Augusto González de Linares. También en la empresarial y de mecenazgo, casos de los marqueses de Comillas y Valdecilla, próceres en Barcelona y Madrid.
Así pues, nostalgias de dos 'belles époques': la borbónica que Menéndez Pelayo cantaba como 'Sidón ibera' por su comercio y la desarrollista que proporcionó unos niveles de crecimiento considerable, en paralelo a los 'gloriosos treinta' (1945-1975) en Europa occidental.
El caso es que ya en varios ejemplos de la literatura de sentimiento regional cántabro del siglo XIX se añoraba una edad dorada, o bien de glorias o bien de valores espirituales. Así, el poeta santanderino Amós de Escalante (1831-1902), en su poema fragmentario 'Cantabria', tras pintarla como «tierra pobre y olvidada», pero «noble solar de la española gente» vinculada a la hazaña de Covadonga, llora y critica:
(...) «mas de sus hechos hoy yace perdida
en los confusos tiempos la memoria,
y a orillas de la mar la noble tierra
su frente inclina desdeñada y sola.
Raza degenerada de sus hijos
puebla sus valles y extendidas lomas,
sin una tradición, sin un recuerdo
de los lejanos días de su gloria, (...)»
Esta idea de una degeneración, tanto política como moral, es clara también, con un matiz algo diferente, en la presentación en José María de Pereda de un mundo rural amenazado por la modernidad. Pero era aquella una cotidianidad durísima y precaria para la mayoría de las personas, motivo esencial de fuertes corrientes migratorias huyendo del hambre.
Escalante compartió también esta idea de decadencia, que entroncaba con la española, con el joven Menéndez Pelayo. En su célebre poema 'La galerna del Sábado de Gloria' sobre un naufragio ante la costa santanderina, Marcelino lamenta que sobre la región «la emigración tendió sus negras alas» y que «el campo desfallece sin cultura». Evoca, al describir a los pescadores en grave peligro, una parte de la lista tópica de los laureles históricos cántabros de los que ellos descienden: la resistencia contra los romanos, la victoria de La Rochela, la de Sevilla, el mapa de Juan de la Cosa. Tales gestas son ya antiguas, medievales y renacentistas, vinculadas en el primer caso a lo étnico y en los tres posteriores al mundo marinero.
El pensamiento del «Hacer a Cantabria grande otra vez», pues, ofrece un hilo de continuidad para el trasfondo de la política regional al menos desde el reinado de Alfonso XII y con seguridad hasta el de Felipe VI, su tataranieto. La síntesis de referencias a siglos muy distintos hace que unas veces unas veces destaque el problema de la industria, otras el de la ganadería, y otras el de la cultura o la navegación (el último, el mito de La Pasiega).
El caso es que ninguna de aquellas 'grandezas' coinciden con un autogobierno de los cántabros. La resistencia a Roma fue derrotada y supuso la llegada de una civilización más desarrollada. Las hazañas medievales y renacentistas se realizan en el contexto de las empresas castellanas, primero, e imperiales después. Lo mismo cabe de decir del estado liberal y del desarrollismo del tercer cuarto del siglo XX. Es complicado hacer grande una entidad que no lo ha sido, en su perímetro actual (no nos mortifiquemos: como muchas otras autonomías españolas).
Así, las edades de oro corocóticas o medievales son reclamos historicistas y turísticos, sean guerras cántabras o apocalipsis festivos, pero no suponen un modelo social. Las renacentistas o barrocas fueron escasas, pues el puñado de grandes talentos artísticos o científicos apenas los hemos valorado. En cambio, el impulso de la Restauración, con un puerto importante, una capitalidad estacional de las instituciones supremas, y grandes proyectos de ambición internacional, además de la valorización del turismo y la industria, sigue presente. Asimismo, la nostalgia de la economía del desarrollismo, es decir, del obrero mixto que elevó el nivel de vida y permitió que otros vivieran para él como comerciantes o prestadores de servicios privados, está presente en el interminable anhelo de un 'nuevo modelo económico'.
Parece más realista que intentemos hacer a Cantabria grande, no «otra vez», sino «por primera vez». Hay condiciones y talento para ello: no sé si habrá la política necesaria. Está por ver que la autonomía lo pueda conseguir: «Make Cantabria great once». Que un territorio pequeño sea grande sólo lo pueden lograr el espíritu (ciencia, tecnología, arte, educación) o la función logística en una vida más amplia (difícil, con tantas conexiones diferidas a las calendas griegas). Y no tenemos realmente más retos que esos.
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