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Cualquier aficionado sabe que el toreo es, fundamentalmente, el arte de dominar al toro; someter al animal en los vuelos del engaño para convertir la violenta embestida en noble entrega. Cuando el toro muestra fijeza pueden darse los adornos para regocijo del público. En la ... Fiesta Nacional los hay para todos los gustos: manoletinas, por ejemplo, estatuarios, trincherazos o el 'currísimo' kikirikí. El personal suele responder bien a estos alardes de inspiración: se aplaude a rabiar y se cortan muchas orejas.
No sé yo cómo andará la cosa ahora -hace tiempo que caigo lejos del albero- pero, cuando yo iba a la plaza de toros, era habitual ver a toreros impacientes por subir rápidamente en el escalafón. Los adornos habían dejado de ser un recurso añadido para convertirse en el corazón mismo de la faena. Un caos, en resumen, tan solo apto para entusiastas sin profundidad.
Esta decadencia de los principios en la tauromaquia no afecta a los políticos españoles, que, a diferencia de los jóvenes matadores con pocos años de alternativa, respetan el correcto orden de las cosas. La historia escarmienta a quienes se adelantan en las celebraciones. La filigrana de la ensoñación faraónica de Aznar fue la boda de su hija en El Escorial. Pero este adorno fue prematuro y desligado de la sensibilidad de la opinión pública patria, que comenzaba a experimentar con dogmas ideológicos muy alejados del 'centro reformista' del expresidente. Pedro Sánchez, por el contrario, conoce bien los terrenos (asimétricos) del país y sólo ha optado por erigir a su ministro de Sanidad (el de la pandemia que apenas iba a notarse en España) como candidato socialista a la Generalitat cuando el país está bien fijo en el engaño.
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