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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre las últimas manifestaciones de libertad de expresión perpetradas en unas cuantas ciudades de España, después de que entrara en prisión el rapero Pablo Hasél. El cantante arrastraba los antecedentes de un nutrido historial delictivo por enaltecimiento ... de grupos terroristas y por diversas agresiones, no solo por injurias al rey, que hicieron inútil su recurso de súplica. Se puede discutir si esos delitos de enaltecimiento del terrorismo son, a día de hoy, y no cuando se introdujeron en el código penal, en plena actividad de bandas como ETA, Terra Lliure o Grapo, merecedores de cárcel, como sostienen unos, o no, como sostienen otros. También se puede discutir si la ripiosa prosa infame en que se vierten, por mucho que lleve música de fondo, queda amparada por el derecho a la libertad de expresión.
Llamaré la atención para el caso sobre el hecho de que, pese al olvido con el que algunos tratan de disimular lo peor de aquella época, muchos de quienes lo padecieron en sus carnes o en las de sus familiares siguen vivos con heridas de muertes imposibles de curar y olvidar; y que muchos también de quienes lo alentaron, practicaron y defendieron, siguen asimismo vivos e incluso ocupan, para mayor escarnio, puestos de responsabilidad política, sin haber condenado siquiera aquellas atrocidades. Tal es el contexto en que este odiador profesional vomita sus aversiones.
Lo que no me parece discutible es la reprobación que merecen esas masas organizadas que llevan días 'protestando', de una forma inusualmente salvaje, contra el encarcelamiento del rapero. Dicen que lo hacen en defensa de la libertad de expresión y por ello insultan, agreden, queman, destrozan, saquean y siembran caos, miedo y daño por donde pasan. Me pregunto qué trauma o qué tara mental provocará el comportamiento de estos nuevos libertarios, al parecer oprimidos, y si realmente serán conscientes de lo que hacen, del motivo por el que cometen sus tropelías y de las implicaciones que tienen. Porque cuesta trabajo creer que consideren que no hay libertad de expresión en este país y más aún que se identifiquen con las letras y manifestaciones tuiteras y televisivas del rapero. Antes bien, creo que la mayoría de los que asisten a esta nueva guerra son huestes de descerebrados, más atentos al dictado de consignas recibidas a través del poder de las redes sociales, que al consejo de cualquier sentido común o propio. Por eso me parece especialmente condenable la pasividad de políticos implicados en el mantenimiento del orden en las calles y su nula o ambigua defensa de las fuerzas de seguridad; y del todo ruin la actitud de otros, con altísimas responsabilidades en el Estado, que se muestran cínicamente comprensivos con las reclamaciones y desmanes de esta nueva especie de libertadores pseudodemocráticos, por supuesto 'antifascistas', a los que incluso jalean.
Todo esto, 'mutatis mutandis', me recuerda a un joven personaje que se hizo famoso en aquellas protestas del año 1987 en que los estudiantes de bachillerato salieron a la calle a pedir la anulación de las tasas universitarias y, sobre todo, de la selectividad. Se llamaba Jon Manteca, alias el Cojo Manteca. No era estudiante ni reclamaba nada; era un mendigo punki que pasaba por allí y se animó al jolgorio. La fama le vino porque las cámaras de televisión lo pillaron destrozando, con habilidad inusitada, cuanto encontraba a su paso con sus muletas y por la rapidez con que se desplazaba. Entrevistado en un conocido programa de entonces, se comprobó que era..., lo que era.
Pues me da que hay muchos 'mantecas' entre quienes participan en estas últimas protestas y entre quienes los defienden y alimentan: estos ven ocasión de exhibir sus progres ideales y de purgar el acomodo que supone pasar de la calle a la poltrona; aquellos ni entienden lo que es la libertad de expresión, ni conocen al rapero, ni creo que les importe un pimiento que esté en la cárcel ni por qué: tan solo han visto una oportunidad de protestar por algo, como si fueran de fiesta, y de manifestar su desprecio y odio por todo y por todos: rey, estado, autoridades, ciudadanía, familias e incluso por sí mismos; y de reclamar todo: revolución, independencia, anarquía, república y hasta el Orfeón Donostiarra, si se tercia. Aynnnsss... Qué ganas tengo de que entrevisten a uno.
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