Manuel Arce y el desagravio
ENTRE PARÉNTESIS ·
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Aunque él lo celebraba el día 13, el DNI de Manuel Ángel Arce Lago señala que el sábado, día 20, cumpliría 93 años. El artículo de Javier Menéndez Llamazares el pasado domingo también ha despertado en mí recuerdos de los últimos años de su ... vida, unos recuerdos donde, junto a Javier, le acercamos al Racing por medio de la figura de José María de Cossío, a quien le debió sus inicios como escritor. Le recuerdo sufriendo como un escalador en el Tour de Francia cuando, peldaño a peldaño, subía para ubicarse en su asiento de abonado, o entregando con envidia, por su 'insultante juventud', el trofeo de nuestra peña a la joven promesa racinguista que fue David Concha.
Cuántas ganas de vivir tenía. Por eso no puedo evadirme de la amargura que sentí cuando su salud se deterioró y comenzó a perder los elementos que sustentaban su existencia. El primero de ellos, el paraíso de su vivienda, la de Barlovento, con esa terraza idílica dominando la bahía, sus obras de arte adornando las paredes, sus libros, sus fotografías, sus papeles, el ordenador que Javier le ayudó a adquirir y con el que descubrió una nueva forma de escribir. Luego iría perdiendo los amigos, encerrado en una residencia de ancianos donde estaban prohibidas las visitas sin el consentimiento familiar, sin poder salir «para no coger un resfriado», protestando por la cantidad de viejos que había a su alrededor y preguntando cuándo volvería a su casa que ya se había puesto en venta. Así pasaron los últimos y tristes meses de vida de Manuel Arce, añorando su propia esencia.
No entenderé nunca cómo se quiso ocultar su muerte a la sociedad de Cantabria, o cómo alguien rechazó el ofrecimiento de que sus restos descansaran en el panteón de hombres ilustres del cementerio de Santander. Más que un homenaje, Manolo se merece un desagravio.
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