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Según el Dr. Dan Kiley, el síndrome de Peter Pan es el conjunto de motivos por los que un niño no quiere crecer o una persona adulta que no quiere aceptar las obligaciones propias de su edad. La inmadurez suele llevar consigo la inestabilidad emocional, ... dependencia afectiva de los padres, egocentrismo, inseguridad, falta de realismo sobre la propia vida y en la valoración de las dificultades, escaso sentido de responsabilidad, etc…
El síndrome de Peter Pan es muy característico de hombres y mujeres de Occidente entre 40, 50 y 60 años. Se sienten libres, potentes y disfrutan de larga vida sin tabúes y con cierta capacidad económica, a pesar de las crisis. Piensan que la vida consiste en pasárselo bien y olvidan la responsabilidad, la dedicación y los cuidados a otros, o la generatividad. En definitiva, son adultos que no quieren serlo; prefieren seguir viviendo sin convertirse en personas maduras, comenta Armando Matteo profesor de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma y autor del conocido libro 'Convertir a Peter Pan'. Y añade: «Los nacidos en Occidente después de 1946 habitan el mundo de una manera completamente nueva, surgida a causa de unas décadas marcadas por la revolución tecnológica, por las revoluciones culturales, por el desarrollo de la medicina, por el bienestar económico y, sobre todo, por la llegada de lo digital».
Por otra parte, acostumbrarse a disfrutar constantemente y a no pensar en nada, acaba creando un 'hábito' que provoca un problema serio. Porque si uno no piensa por sí mismo, otro pensará por él. Lo vemos en la vida de cada día.
El problema de los padres y educadores con síndrome de Peter es que los niños necesitan adultos a su lado que les transmitan los valores imprescindibles para encontrar sentido a la vida. Sin figuras de referencia, se crea un vacío enorme en los niños y los jóvenes. Sobre todo el adolescente necesita la cercanía del adulto para encontrarse con él y con la realidad. De lo contrario, no crecerán ni madurarán. Los peterpanes carecen de ellos y pretenden vivir con total libertad, sin ataduras, cambiando constantemente, subraya Matteo.
La tarea evangelizadora de la Iglesia, tal como la planteamos hoy, no sirve para los adultos inmaduros que ponen en el centro de su vida la diversión. «Necesitamos un cristianismo que también de ocasión a los adultos de pararse, reflexionar y abrirse a perspectivas que no han contemplado. Es decir, a la paternidad, a la educación de los hijos, a entender los problemas que causa su modo de vida en los más jóvenes. La Iglesia debe transformar sus lugares de encuentro en espacios donde los peterpanes puedan meditar sobre lo que les está pasando. Son cosas sencillas: ofrecer la posibilidad de rezar, de leer y reflexionar sobre el Evangelio, y de pensar qué hace realmente feliz al ser humano», propone el profesor Matteo.
De igual modo subraya que los cristianos deben ser «optimistas desde el realismo». El cambio de época que vivimos no puede sumirles en el 'temor' acerca del futuro de la Iglesia: «El propio Jesús dijo a sus discípulos en la Última Cena, y nos los dice a nosotros, que si seguimos unidos a él y llevamos su amor a todos los hombres haremos cosas incluso más grandes de las que él hizo. Si estas palabras no nos dan esperanza, no sé dónde la vamos a encontrar», concluye el profesor Matteo.
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