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La exministra de educación, Isabel Celaá, observa hoy desde la distancia la implantación de una ley con pocas luces y muchas sombras, gestada en un contexto pandémico. Mientras todos estábamos en nuestras casas transformando los salones en aulas del futuro, ella evitaba el debate y ... pasaba por el rodillo a parte de la comunidad educativa. De aquellos polvos estos lodos, su ley, la LOMLOE, se mete, con moratoria incluida, en nuestras programaciones ante el hartazgo de toda la comunidad educativa.
La inusitada rapidez en su implantación y puesta a punto está sometiendo a un gran estrés al profesorado, que busca el sentido de dicha adecuación, con cierto grado de quemazón, cuando las funciones burocráticas y de actualización ahogan aún más el trabajo que supone el desarrollo del devenir de un docente.
Amén de controvertida, su implantación ha sido desde su creación un gran elemento de polarización entre redes educativas; ha puesto en jaque a los centros de Educación Especial y a la lengua castellana, puesta en peligro en algunos territorios del país, aunque, para qué engañarnos, esto ya pasaba con anterioridad. Por no hablar de la enseñanza de la religión, que aunque las familias la siguen eligiendo en un porcentaje muy elevado de en torno al 60% sigue levantando escamas entre los que quieren dinamitarla por completo. ¿Y dónde está la libertad educativa? Pues iremos a preguntárselo al sursum corda o a la misma doña Isabel, que trata con su Santidad en sus quehaceres diarios.
Sobre la enseñanza concertada, otro punto fuerte de la ley, lejos de su «progresiva desaparición», como persigue la norma, parece que gana alumnos según estudios recientes en algunas comunidades autónomas.
Todo esto invita a pensar si la 'Ley Celaá' se diseñó para cambiar lo que no funcionaba o simplemente lo que ideológicamente no gustaba. Si el producto final de la educación es el alumno y este no tiene que padecer en absoluto un menoscabo de derechos y garantías independientemente de la red que su familia haya elegido para escolarizarlo, no se entiende de ninguna manera la insistencia en cercar dicha red.
La octava ley educativa de la democracia ha sido, por tanto, la menos debatida de nuestros siglo. Nació sobre todo para acabar con la anterior, la LOMCE, que es con el objetivo con el que nacen todas las nuevas leyes cuando dejan de gobernar los que estaban. Somos los de a pie los que nos convertimos en reos del criterio de los que se supone que saben de esto, pero que hacen de la docencia una tarea cada vez más difícil de lidiar. Nuestro ejer- cicio debe ser una tarea más seria que todo eso porque la educación lo es todo.
Y cuando decimos todo, es un todo con mayúsculas. Es construir una sociedad mejor, poder desempeñar un trabajo el día de mañana con los instrumentos y herramientas que tenemos, el manejo de la autonomía personal, tolerar la frustración y todo aquello que nos enseña la escolarización a lo largo de las etapas educativas. El respeto y la tolerancia como valores que hay que proyectar a una sociedad con ansias de mejorar.
La implantación por autonomías refleja situaciones muy variopintas que generan dolorosos agravios entre las distintas administraciones donde gobiernan diversos colores políticos.
En Cantabria, el criterio político ha imperado muy razonablemente, primando la coherencia y la estabilidad dentro de la comunidad educativa, aunque siempre hay voces discordantes que prefieren mirar para otro lado. En estos casos hay que hacer una reflexión muy importante en lo que es el fin último del docente: «educa bien y no mires a quién». El alumno de Cantabria no merece ningún tipo de desdén ni de diferencia si cursa sus estudios en este colegio o los cursa en este otro. Los docentes tenemos que trabajar por y para ellos, porque ese y no otro es el poder intrínseco de la bondad del maestro y de la finalidad de su trabajo. El que no lo entienda así, deberá hacer un ejercicio de reflexión interna llegado este punto.
No hay mayor satisfacción para el que ejerce la labor docente que el reconocimiento de su esfuerzo cuando, al cabo de los años, se encuentra con algún exalumno que te asiste en el médico, o te mete la compra en una bolsa, o te da las gracias por haber tenido paciencia con sus tablas de multiplicar... Porque sólo eso nos hace saber que nuestro ejercicio está muy por encima de toda ley y de toda controversia.
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