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Marca blanca

Cambiamos las reflexiones de grandes pensadores, de marca mayor, por las de plástico

Sábado, 31 de julio 2021, 08:16

Me resulta difícil saber cuándo comenzamos a conocer la marca blanca. Recuerdo que, en mi cada vez más remota y menos añorada infancia, en España eran carísimos los materiales de oficina, bolis BIC, folios Gvarro, gomas Milan Nata, pegamento Imedio... Se vendían en papelerías ... y obligaban a consumirlas con tiento si uno no quería arruinar la economía doméstica. Después llegaron los bazares chinos (todo a cien, se llamaban) y descubrimos que, por muchísimo menos dinero y menos culpabilidad, podíamos perder los bolis o usar un folio para fabricar un avión de papel. La calidad de estos productos no era, desde luego, la misma que la de aquellas prestigiosas marcas, pero esa era su ventaja, duraban menos, pero costaban también mucho menos. En mi cabeza, completamente equivocada, para variar, en ese momento comienza el concepto de la marca blanca, del producto desechable que arrinconaba los preciosos mecheros Zippo o las sofisticadas hojas Gillette. Como todo, tenía los dos filos: por un lado, igualaba las posibilidades de tener servicios básicos; por otro, menospreciaba la excelencia en favor de la funcionalidad.

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