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En los años 50 del siglo XX se puso de moda la fantástica idea de que la Tierra iba a ser atacada por los marcianos, unos enanos de color verde manzana con orejas y nariz en forma de trompeta y antenas en la cabeza, que ... venían en platillos volantes. Setenta años después estamos descubriendo una de dos: o bien los marcianos consiguieron su propósito y, metamorfoseados en zombis humanos, han ido ocupando todos los centros de poder; o bien los llamados marcianos son genuinos productos de la Tierra que se comportan como marcianos. El caso es que hoy nuestros dirigentes, en el gobierno y en la oposición, actúan como auténticos extraterrestres. Qué otra explicación hay a que todos sus esfuerzos se concentren en la lucha por el poder importándoles un pimiento los problemas reales de sus súbditos, cada vez más agravados por la manifiesta falta de atención.
Lo de la lucha por el poder tiene otra explicación. O bien los genuinos marcianos están divididos en dos grupos irreconciliables y, dado que habitan en la Tierra sin posibilidad de retorno al planeta del que provienen, dicha lucha es su única alternativa; o bien aquellos terrícolas alienados de su especie, hacia la cual sienten absoluta indiferencia, están igualmente divididos en dos grupos irreconciliables. Sea lo que fuere, el caso es que los terrícolas de a pie nos hemos quedado compuestos y sin novio. Y no me digan que unos pseudonacionalistas que nos están tirando los tejos son la solución; estos son los más hambrientos de poder, si cabe, porque hasta ahora no se han comido una rosca.
Me agarraré a un problema candente como ejemplo. Quizá lo más llamativo de la pandemia global es la falta de consecuencias políticas reales que ha tenido a escala país. Si acaso se han acentuado las tendencias ya manifiestas antes de los estragos del covid. País tras país, los gobernantes han ignorado los excesos de mortalidad y dispuesto a su gusto de las libertades ciudadanas sin que alguno haya pagado las esperables consecuencias electorales. Incluso ninguno, excepción hecha de Boris Johnson, ha parecido despeinarse.
Las elecciones alemanas han parecido una parodia de los viejos tiempos: Merkel se ha ido tras 16 años en el poder, los socialdemócratas han tomado el relevo y la extrema derecha ha perdido la mitad de sus votos. Sánchez, pese a todo, sigue tan fuerte como hace dos años. En el Reino Unido los conservadores llevan once años gobernando. A Trump, diga lo que diga, no le tumbó el covid ni le robaron las elecciones; hasta puede ser elegido de nuevo.
Vistas las consecuencias de la gran crisis financiera 2008-2012, algunos analistas sostuvieron que el actual crecimiento de la desigualdad no podría sostenerse a largo plazo e iba a terminar imponiéndose una forma del Estado más próxima a las políticas de Roosevelt para superar el crack de 1929. Pues bien, la gran crisis se ha duplicado con el advenimiento de la pandemia, igual que el endeudamiento de los países; pero tras dos años del azote covid-19, la redistribución parece alejarse a pasos agigantados, a pesar de los paños calientes de la UE y los tragicómicos esfuerzos de Biden para que aprueben un paquete de medidas: ¡Sus propios congresistas! ¿Qué hay de nuevo bajo el sol?
El partido demócrata americano sería un ejemplo paradigmático de la extraterrestralidad de los dirigentes actuales, si no fuera porque el espectáculo del partido republicano rindiéndole pleitesía al mayor marciano que han conocido los siglos, posiblemente le supera en ejemplaridad. Y ninguno de los dos le hace sombra al mayor espectáculo del mundo: el circo carpetovetónico. Después de todo, si bien la sociedad americana está atravesando una crisis profunda de identidad que no se sabe muy bien cómo va a terminar, económicamente el país parece ir viento en popa e incluso su desdorada imagen internacional no impide que siga pisando fuerte.
No así en nuestra querida España. Nunca oirán hablar a nuestros políticos de cómo hacer frente a la creciente desigualdad y la endémica pobreza, de cómo dar respuesta al sempiterno problema territorial, ni oirán hablar de acuerdos para reformar la Constitución o incluso la ley electoral. Eso sí, no pongan la radio, enciendan la tele o abran los periódicos porque les atufarán con las contorsiones de Sánchez para aprobar los presupuestos y amarrar la legislatura; ni verán encuestas que preguntan sobre nuestros problemas de ahora mismo, sino de las intenciones de voto en 2023-24. La oposición tampoco se queda atrás, sus únicas ocupaciones conocidas son: labor de zapa al gobierno sin importarles las consecuencias (¡Qué se hunda el barco! ya lo reflotaremos nosotros); y luchas intestinas para consolidar a Casado..., o para defenestrar a Casado y ponerme yo. Sin que importe que eso le haga el juego a Vox; el cual lleva camino de convertirse en partido más imprescindible de la derecha que Podemos de la izquierda.
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