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Libros y despistes

Con sol dentro. ·

Lo sorprendente es que el libro aguantó, como un jinete de rodeo, veinte kilómetros (incluyendo un tramo por autovía) sin caerse al asfalto

Domingo, 19 de marzo 2023, 12:46

Me gusta pensar que las cosas que, como despistado profesional, me ocurren, les suceden también a otras personas tan despistadas como yo. El despiste, lo defenderé hasta que muera, no es un defecto de la voluntad sino un trastorno incurable de la atención. Viene de ... serie. Nacemos y morimos así. Puro ADN, genética. El cuerpo hace cosas que el cerebro no registra, porque se ha ensimismado. Ensimismarse no es una elección. Simplemente, sucede. Y una vez que pasa el cuerpo se pone a funcionar en modo automático, como sonámbulo, y deja las cosas en los lugares más inesperados (el azúcar en el microondas, el mando de la televisión en el armario del cuarto de baño…) y luego no hay manera de saber dónde porque la memoria no ha registrado esos movimientos. Los despistados, me parece, debiéramos reconocer que no hay remedio y reclamar una mirada compasiva a los que nos piden que nos esforcemos y cambiemos. Uno de mis despistes recurrentes es dejar objetos sobre la furgoneta y luego arrancar con lo que sea que haya colocado en el techo. Cuadernos, papeles, prendas de ropa, peluches, piezas de fruta y botellas de agua han sufrido esa desgracia y han acabado magullados sobre la carretera, perdidos para siempre en cunetas inhóspitas o atropellados. Hace unos días, salí de casa con un libro que me habían prestado, lo posé en el techo y, unos minutos después, me puse en marcha. Lo sorprendente es que el libro aguantó, como un jinete de rodeo, veinte kilómetros (incluyendo un tramo por autovía) sin caerse al asfalto. Como era uno de esos días de despiste máximo, cuando llegué a mi destino, tampoco me di cuenta, me limité a dejar el vehículo estacionado y me fui a tomar algo. El libro se quedó allí, ofreciéndose a los viandantes. Por suerte, ningún paseante se fijó en él o, si alguno lo hizo, no le interesó. Casi al anochecer, cuando me acercaba a la furgoneta, vi a lo lejos el libro que aguardaba estoico e impasible sobre la chapa aún recalentada. Los libros son resistentes, lo aguantan todo, pensé. Y no pude evitar una carcajada.

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