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Ponía el historiador griego Plutarco estas palabras en boca del general romano Pompeyo: «Vivir no es necesario, navegar sí». Cuando pensamos en los mares del Sur, imágenes de transparentes aguas turquesas, corales y atolones suspendidos en la canícula del horizonte, acuden a nuestra ... mente mezcladas con las narraciones de Salgari, Stevenson y los dibujos de Gauguin. No por casualidad las historias de piratas tenían casi siempre, como escenario, las aguas cálidas de mares sembrados de islas: donde hay islas, suele haber también estrechos lugares de paso que obligan a los barcos a desviar su ruta. El reciente desplazamiento de apenas unas docenas de metros de un gigante portacontenedores en su ruta por un hilo de agua en mitad del desierto, nos recuerda por qué los que fueron los mejores pasos naturales, siguen siendo puntos de enorme importancia geoestratégica y auténticas encrucijadas de la Historia.
Mientras estemos condenados a nuestro 'caparazón' de carne y hueso y los átomos de aquellos objetos que empleamos a diario tengan que seguir transitando -flotando, casi siempre- de un punto a otro de la geografía hasta llegar a nosotros, la topografía será tozuda. En plena aceleración de la hiperconectividad y las telecomunicaciones, las montañas, los ríos, los mares y los puntos de tránsito en las rutas de navegación, siguen teniendo una importancia decisiva. En concreto, el 21% de las mercancías planetarias discurre por líneas de tráfico marítimo cuyas aguas, en un momento u otro, quedan 'pinzadas' en los siguientes estrechos del mar meridional de China: el de Taiwán, Malaca, Luzón, Karimata o Mindoro. La importancia de estos enclaves es primordial para mantener un tráfico marítimo global fluido, evitando que la economía mundial se vea afectada. Además de esconder importantes reservas de petróleo y gas bajo sus aguas, por su superficie navegan buques petroleros y gaseros de los que depende el 80% de las necesidades energéticas de todo el sur y norte de Asia. Esas mismas aguas contienen, a mayores, importantes caladeros representando hasta el 10% de la pesca global.
Consideremos, a estos efectos, el mar del Sur de China como el 'Mediterráneo asiático': un crisol, un lugar esencial de intercambios comerciales y culturales a lo largo de siglos, además de un nodo de comunicación en el área del planeta hacia el que se desplaza el centro económico global. Casi el 30% de la población mundial vive en los países bañados por sus aguas. Además, lo que confiere unidad a esa área, donde hasta ocho países (China, Filipinas, Malasia, Brunei, Indonesia, Singapur, Tailandia y Vietnam) comparten aguas, es, precisamente, la influencia histórica china. Este peso histórico, articulado a través de un sistema tributario regional y su presencia secular en las islas que ahora son objeto de disputa -archipiélagos Spratly, Paracel, Pratas, Natuna y Scarborough-, es el que esgrime Pekín para reclamar derechos territoriales en esa región. No por casualidad, a esos 3,5 millones de kilómetros cuadrados de agua se les han conocido históricamente como 'los mares del sur de China'. Para China esas aguas siempre han sido suyas.
Hoy en día, los piratas que aún merodean 'los mares de China' lo hacen sobre potentes fuerabordas blandiendo ametralladoras y han perdido ya todo el romanticismo de Sandokán y del Corto Maltés. Sin embargo, el conjunto de aguas 'encerradas' entre los diferentes estrechos del mar meridional de China, representan el eventual tablero de ajedrez en el que se juegue la primera partida de un conflicto bélico entre las dos superpotencias. Precisamente, en esa zona del planeta está destacada el emblema de la armada estadounidense: la 7ª Flota. También conocida como 'flota del Pacífico' es la mayor y mejor equipada escuadra de cuantas han existido en la Historia, con más de 70 barcos y submarinos, 300 aviones y más de 40.000 hombres y mujeres, esparcidos entre Australia y el estrecho de Bering. Aunque EEUU está perdiendo mar en el Pacífico y su presencia se ha debilitado (en términos relativos) durante la última década, hay buenos motivos para ser allí donde EE UU destina su flota insignia: en ese área se localiza la próxima superpotencia -China-, pero también Corea del Norte y el extremo oriental de Rusia.
Desde la Segunda Guerra Mundial, el dominio naval global de EE UU ha estado incontestado. Lo esta aún. Sin embargo, para el año 2025 China prevé disponer de 400 embarcaciones, frente a las 355 con que contará EE UU. Para EE UU, que China fortalezca su capacidad naval es todo un desafío estratégico pues debilita su posición en el Pacífico y limita su peso en la región, donde actúa como garante de aquellos de sus aliados asiáticos enfrentados a China. América y China no comparten fronteras, por lo que el mar será, con toda probabilidad, el lugar donde se desahoguen las tensiones que puedan surgir entre uno y otro. Hagan juego.
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