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Ahora que la tecnología cuantifica nuestros afectos, es posible saber cuánto nos gustan las fotos antiguas. Cada vez que publicamos en el periódico imágenes del Santander antiguo, de Reinosa o de un Torrelavega previos, se nos va el dedo y las cifras de visitas en ... la web se disparan. En eso el algoritmo no miente: nos fascina ver el pasado reciente, ese en el que están alojadas nuestras vivencias en escenarios que ya no existen, esas plazas sustituidas por nuevos horizontes, los escaparates de comercios que han dado paso a otras tiendas, los solares donde ahora hay urbanizaciones. Y también nos fascina el pasado remoto, el que no habitamos pero reconocemos como propio.

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