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Si algo nos ha dejado la pandemia es una ristra de dispensadores de gel hidroalcohólico que no funcionan. Están ahí, en las paredes, como una advertencia sobre la importancia de la higiene colectiva. Algunos están oxidados, otros tienen el botón trabado y muchos están vacíos, ... pero cuando encuentro uno que funciona, vuelvo a enjuagarme los dedos aunque el olor me recuerde aquel episodio brutal y definitorio: es el olor del miedo y el encierro, el de la solidaridad y el peor individualismo, y también el del primer experimento de teletrabajo en muchos empleos. Ahora que el debate político ha puesto sobre la mesa la jornada de 37 horas y media, me pregunto si hemos aprendido a trabajar mejor.

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