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Caminaban junto al edificio de Correos, en dirección al Centro Botín. Dos niños hablaban animadamente. El niño tendría unos siete años y la niña, de menor edad, quizá cinco. El padre, detrás, intervenía también en la conversación, pero no demasiado. Los niños querían algo y ... apelaban, qué curioso, al principio democrático consistente, según les contaron en el colegio, en que las decisiones se adoptan por mayoría, con lo que dos votos ganan a uno. Por lo tanto, el padre, que es uno, pierde y ha de plegarse al deseo de la mayoría. El padre les explicaba que, siendo cierto lo que dicen, no es de aplicación en todos los casos, y menos aún si afecta al bolsillo de quien está en minoría. La niña optó por callarse, pero el niño insistió de tal manera que, dada la inutilidad del razonamiento, el padre pronunció la frase mágica y definitiva: «Mira, querido hijo, aquí la mayoría es tu padre».
La semana en la que volaron los cuchillos cachicuernos y el presidente Sánchez lo cambió todo para no cambiar nada -«el problema eres tú, Pedro», dejó dicho Susana Díaz- con el objetivo de aplacar a los independentistas inundando Cataluña de las inversiones que negará a los demás, y de apaciguar a Marruecos entregando la cabeza de Bautista, las pequeñas anécdotas nos hacen olvidar por un momento la miseria de los que se humillan ante quienes debieran combatir y humillan a quienes debieran proteger. Pero, la semana en la que Podemos, como es natural, justificó la represión de la dictadura cubana sobre el pueblo que pide libertad y pan, patria y vida, el equivocado simplismo de los niños pudiera ser un síntoma del fracaso en transmitir a los jóvenes el concepto de que si la democracia comporta derechos individuales y colectivos impone reglas de obligado cumplimiento.
No todo es ni puede ser democrático. Acordemos, por mayoría absoluta, que el Sol no caliente, que la Tierra no gire, que Garzón no diga tonterías -cómo debe estar el comunismo español para mantenerlo al frente-, que las vacas no mujan o que los perros no ladren, porque sucederá igualmente. Tendremos que aclarar a los pequeños, en casa y en las escuelas, que vivir en democracia significa acatar la Constitución y las normas básicas de convivencia, respeto, autoridad y disciplina, resumido todo ello en una ley fundamental: mi libertad termina donde comienza la del otro. La democracia tampoco está reñida, sino al contrario, con la firme defensa de los intereses nacionales, dentro o fuera, poniendo cuantos medios sean necesarios para asegurar la unidad de España. Si agotadas las posibilidades de concordia y diálogo el consenso no es posible, siempre nos quedará seguir el ejemplo del padre.
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