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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre las nuevas actitudes y hábitos que nos han impuesto las medidas preventivas básicas para evitar contagios por coronavirus. El llamado 'distanciamiento social', que mejor se llamaría 'distancia interpersonal', ha hecho que, cuando te encuentras con ... cualquier conocido, tengas que saludarlo casi fríamente, como si quemara, y solo de palabra, sin manos, besos, abrazos o palmaditas. Si por despiste te acercas demasiado a alguien, enseguida escuchas un «vade retro» interior que te hace dar un salto hacia atrás y disculparte. Las colas a la puerta de muchos sitios pequeños son interminables: llegas, preguntas por «la última» y bufff... Está allá, en la lontananza. No es infrecuente ver a personas por la calle haciendo eses: no, no es que hayan bebido, es que van esquivando a transeúntes.
¿No sientes tentación de apretar el pitorro de ese frasco de gel hidroalcohólico que te encuentras por todas partes? Cuando entro en la facultad cada mañana, lo primero que percibo es un olor permanente a alcohol que inunda el gran vestíbulo y un ir y venir de gentes frotándose las manos... Si eres adicto a estos geles, habrás notado que los hay de muchas clases: desde ese casi de alcohol puro, totalmente líquido que inunda tus manos y te salpica la ropa al pulsar el dispensador, hasta ese otro densísimo, con cremas protectoras, que por mucho que lo esparzas no hay manera de que seque o se absorba y te deja las manos pegajosas. Cuidado; el otro día en clase me eché uno que no era: era el desinfectante de la mesa. Menos mal que no tenía lejía: en algunos bares la usan y no veas las risas que echamos, a cuenta del barista, cuando tenemos que tirar la ropa a la basura.
Pero, sin duda, la medida de más estricto cumplimiento es la del uso de la mascarilla. Si primero las llevaban cuatro locos afortunados, empeñados en no hacer caso al Gobierno, que las desaconsejaba -y ya sabemos por qué-, ahora son obligatorias para todos y ofrecen un mundo de posibilidades. Se hacen y venden de todos los tipos, tamaños y colores, adaptadas al gusto de cada cual, como cualquier complemento de moda: desde las quirúrgicas estándar, hasta las de diseño y marca de lujo, pasando por las de empresa, publicitarias, ideológicas, caseras, con banderita... Todas hablan de sus propietarios: de si es discreto, tacaño, aprensivo, pasota, coquetón, progre, carca... Lo peor de todo es acordarse de ponerla en los momentos clave: cuando sales de casa, del coche, del despacho, de la cafetería... La de veces que he tenido que dar la vuelta a buscar la dichosa mascarilla: de pronto te palpas la cara, descubres que no la llevas y te sientes desnudo, como en esa pesadilla en que te ves en medio de la gente sin pantalones. ¡Qué angustia!
Uno se pone en la piel de profesionales que constantemente tienen que llevar mascarilla en lugares cerrados, como en hospitales, en la hostelería o en el comercio en general, y se le ponen los pelos de punta. También los profesores tenemos que hablar siempre con ellas puestas en clase: ni te imaginas las inundaciones, cuando no erupciones, que aparecen en torno a tu boca, mezcla de sudor y de tu propio aliento retenido... Ah, y si usas gafas, siempre estarán empañadas.
¿Qué? ¿Cómo dices? Es que oyes peor; en serio. La voz se escucha como tupida. Además, no puedes recurrir a la lectura labial. Lo más extraño es tener que interpretar todo el tiempo las miradas de las personas con las que hablas. No es verdad que los ojos hablen por sí solos: dicen mucho menos que la cara en su conjunto. Tenemos que leer en los trozos de rostro que quedan a la vista: en la humedad de los ojos, en el arqueado y forma de las cejas, en la apertura de los párpados, en las arruguitas que se forman en sus bordes, en los pliegues de la frente... En todo eso tienes que descubrir una sonrisa callada, sorpresa, tristeza, decepción, alegría o lo que sea: ¿me estará sacando la lengua?
Cuando pienso en todo eso, me acuerdo de aquel personaje de Jack Nicholson en 'Mejor imposible'. Pero no es ficción; es la 'nueva normalidad'. Y, sin embargo, quiero tocar y quiero abrazar y quiero ver tu cara y respirar tu aire.
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