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La llegada a este mundo implica una verdad absoluta, imposible de eludir o sabotear. Comienza un tránsito, más o menos accidentado, cuya duración es imposible de predecir, y finaliza siempre en un lugar común para todos, que es la muerte. No hay alternativa, este ... hecho se repite desde el principio de los tiempos para cada individuo, sin sorpresas ni imprevistos, y así como el tránsito puede ser distinto para cada uno, la incorporación a la vida, y su despedida final nos iguala a todos.
Es curioso, pero si de verdad se dan en la vida lugares comunes, existen hechos reales que jamás faltarán a la cita. Todos tenemos reservado un fin en el mundo, y además es el mismo para todos, y este es la muerte. ¿Por qué su encuentro nos moviliza? ¿Dónde puede existir la sorpresa de su llamada? ¿Por qué su presencia nos inquieta, sacude furiosamente, nos quiebra, hasta llegar en ocasiones a robarnos el aliento?
Todos lo sabemos, todos somos conocedores de que finaliza nuestro camino, no importa el color de la piel, la cultura, el estatus económico, el lugar de nacimiento, la forma de vida, ni el lugar donde ésta se desarrolle, no importa nada en general. El final no cambia, es siempre tan esperado como temido. Nuestro problema ha sido y es el temor, el miedo al sufrimiento, además de la angustia de que todo tenga su fin, y con él nuestra extinción, nuestra desaparición, nuestra nada, y este paso de ser a dejar de ser, de estar a desaparecer, nos ha exigido asirnos a algo que nos mantenga, aunque sea, en una dimensión desconocida.
Hablamos del alma, a la que se le han asignado múltiples aplicaciones, quizás por su familiarización. Se habla del alma del río, de los animales, del ambiente, etc., como soplo, fuego, calor, vida, esplendor, y que puede ser continuación en el más allá a nuestras vidas. Platón la situó dentro de nosotros, declarándola inmortal, además de separada del cuerpo, como entes diferentes, aspecto que ratificó posteriormente Aristóteles. Kierkegaard manifestó que, el que no tiene alma, vive en el sótano de su propio edificio.
Esta línea ha sido defendida por Kant, movido por el deseo de salvación: «los seres humanos nos hacemos dignos de una felicidad que este mundo nos ofrece». No obstante, desde el siglo de las luces, se viene abundando en la unión del alma y cuerpo, y en su mismo itinerario. Así, por ejemplo, Zubiri defiende la muerte total, quedando el alma como un referente de amor y de verdad eterna. Esto complica un poco más las cosas para todos, y de forma especial para los que creen en un reencuentro del alma y cuerpo, pues según la teología moderna, ambas partes seguirán unidas, y unidas volverán en su plenitud.
De todas formas, no todos los seres humanos pensamos igual, habiéndolos más terrenales, que dan un mayor y más trascedente sentido a nuestra estancia temporal. Pero como indicábamos al principio, todos somos sabedores de la finitud de este paso, de su caducidad, y además somos conocedores de que nos puede sorprender, es decir, ocurrir en cualquier lugar o edad, y de cualquier forma. Cuando esto es así, se hace difícil entender la sorpresa, la expresión colectiva frente al suceso, la respuesta tan dramática y penosa, frente a un fin esperado y sabido. ¿O es que no lo queremos saber? ¿O es que la guardamos en nuestros sótanos, de tal forma que no participe activamente en nuestras vidas? Porque obviamente, si estuviera siempre presente, probablemente podría perturbar nuestras vidas. Luchamos y hemos luchado prioritariamente por alargar nuestra estancia, y lo seguimos haciendo, propiciando los mejores cuidados de todo tipo, alimento, abrigo, higiene. Con nuestra llegada al mundo, buscamos el medio de acomodarnos, de encontrar nuestro lugar, de llegar a un equilibrio homeostático con el medio, incluyendo al resto de los seres, buscando, y después manteniendo a cada uno de los miembros en su correspondiente papel en la construcción de la arquitectura de nuestro mundo, de tal forma que, la ausencia de uno, y más si es de forma singular, trastocará el edificio del que disfrutamos todos.
De aquí la frustración, profunda pena, y decepción, especialmente, al provocarse el suceso de forma caótica, y en ocasiones no poder presenciar y acompañar, el acto de la intimidad y drama del suceso. Se han despedido muchas vidas, sin que aparentemente les correspondiera por un turno figurado. Además lo han hecho desde una soledad extrema, en un mundo agresivo y violento, en ausencia de un suspiro de amor entrañable de sus familiares. Por ello, por sus familiares, amigos, vecinos y el pueblo en general, quiero que nuestro deseo de solidaridad, cercanía, comprensión y cariño nos conecte y nos ayude a seguir redoblando esfuerzos, ¡no hay alternativa!, solamente la solidaridad y la permanente vigilancia pondrá en dificultades la posible reproducción de un nuevo brote mortal. Cuidemos todos de todos.
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