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Muy lentamente, sin que nuestra conciencia alcanzara la capacidad de discernimiento, el virus comenzó a visitar nuestros hogares, se dirigió de forma aleatoria y universal a todos los lugares, desde los más cercanos a los desconocidos, quizás las puertas más frágiles las encontró en las ... residencias de mayores, donde carecían de guardianes pertrechados, por lo que su grado de fortaleza mortífera fue mayúsculo, al estar habitado por seres frágiles y con escasas defensas.
Siguió en esta línea de invasión, donde personas de todo tipo y condición eran destruidas incluso en pocos días, y la sorpresa y posterior desconcierto, y el miedo, fueron apareciendo. Se comenzó con la imposición de algunas normas, para evitar su carrera desbocada, y se coronó con el confinamiento, única medida que en principio a todos nos alejaba de nuestro enemigo. Solo aquellas personas dedicadas a trabajos esenciales poblaban las desoladas calles, y el resto del pueblo, con un miedo indefinido, pues sólo comprendía que estaban en peligro sus vida, se quedó en sus casas.
Esto nos exigió un aprendizaje a todos, nadie estaba acostumbrado -salvo una pequeña minoría de personas mayores- a vivir en la soledad de la casa, sin salir y saborear la luz del día, la oscuridad de la noche, o simplemente recibir la brisa de cada mañana. Fue muy duro, porque cambió de forma brusca nuestra cotidianidad, al situarnos en circunstancias nuevas, cuya superación suponía un aprendizaje, que lentamente afrontamos.
Así transcurrieron meses, y el miedo se adueñó del comportamiento de muchas personas, fuera reinaba la muerte y se carecía de recursos para poder evitarlo, por lo que se apostaba por el recogimiento, única forma de alejarse del virus, y aunque posteriormente se fueron suavizando las normas, y permitiendo además las salidas pertrechadas, encuentros, visitas, en definitiva algo de vida social, muchas personas, con el temor a la enfermedad y la muerte, que vieron en directo a través de la televisión, se quedaron en casa, esperando que el virus nos abandonara o fuera vencido.
Seguimos en este itinerario, y aparecen las vacunas, que en principio suponen nuestra salvación y fueron en parte un milagro, al conseguirlas en tan escaso tiempo, y de inmediato las dos, tres o cuatro primeras se comenzaron a aplicar a los ciudadanos, observando buenos resultados, de tal forma que en escasos meses, países que han poseído un número suficiente de vacunas y que las aplicaron antes que nosotros, ya hablan de la importancia que estas tienen en los diferentes índices que definen la enfermedad: menos fallecimientos, hospitalizaciones, ocupación de camas de UVI, contagios...
Hoy, el índice de confianza es muy alto, la esperanza es nuestro mayor estímulo, se sigue progresando en la aplicación de las vacunas, especialmente en los países desarrollados. Incluso, últimamente se habla de la posibilidad de tener un verano, que nos permita un movimiento poblacional similar al del año 2019, especialmente en algunos contados países. Pero se da la circunstancia de que hay un número de personas en las que persiste el miedo, el temor a ser contagiados, y en consecuencia la imposibilidad de salir de casa. Esta supone su útero en vida, es el lugar donde encuentran seguridad, donde se sienten lejos del virus, donde piensan que este no se atreverá a entrar, de aquí su desconexión de la vida, su absoluto aislamiento. Viven solos o en pareja, no se mueven de casa, puertas y ventanas cerradas, salvo cuando airean los espacios, nada de moverse, nada de contacto con el exterior, salvo a través del teléfono. Son jóvenes o mayores que han abandonado su vida social anterior.
Piensan, que al ser invisible, se puede haber quedado entre nosotros, que no hayamos sido capaces de exterminarle, que las vacunas, aún siendo positivas y disminuyendo la capacidad de enfermar, no evitan la enfermedad ni la muerte, y que además, los hospitales, como están llenos de virus, son lugares de contagio. En definitiva, son seres paralizados, estatuas vivientes, han perdido la capacidad de pensar, reflexionar, conversar con criterio, su discernimiento está anulado. Generalmente se da más en la pareja, que se pone de acuerdo ante cualquier circunstancia nueva, que son obsesivas, rígidas, tercas e inflexibles, que tuvieron un camino siempre seguro bien identificado, en el que siempre persistieron, de tal forma que, abrirse a algo nuevo, ni saben ni pueden.
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