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En el cauce de la filosofía moral se perfilan en la actualidad dos orillas contrapuestas, ambas convencidas de su fundamental autoridad para establecer la verdad. Tópica señal de que la verdad se encuentra entre ambas.
Para evaluar una situación, usamos los conceptos de buena o ... mala, mejor o peor; para evaluar una acción, además de dichos conceptos usamos los de correcta o equivocada. El problema es si existe un aspecto moral independiente, que permita determinar el acierto o error de determinada acción, o si por el contrario dicho juicio está irremisiblemente teñido por las circunstancias. La orilla derecha está convencida de que el criterio para determinar si un acto es correcto, es independiente de que sus consecuencias sean buenas o malas. La orilla izquierda sostiene que el único criterio para determinar la moralidad de un acto, es evaluar si es bueno o malo, útil o perjudicial; por tanto, el criterio no sería independiente sino contingente.
Según el criterio de la orilla derecha los indultos son intrínsecamente perversos, los más radicales incluso condenan cualquier indulto -no sólo los perpetrados por Sánchez- con el argumento de que si son culpables deben cumplir íntegramente la pena, para no ser injustos con las víctimas y con quienes cumplen la ley; y si son inocentes, no requieren un indulto sino una revisión del juicio a la luz de nuevos argumentos.
Según la orilla izquierda, la consideración de las consecuencias de la condena sobre terceros no implicados, y los beneficios que se derivarán de los indultos, debe primar sobre la consideración de principios intrínsecos sobre lo moralmente permitido, prohibido o requerido. De acuerdo con este criterio, deben tomarse en consideración los males que la situación ha causado a toda la sociedad, independentistas o no, y los potenciales beneficios de una normalización facilitada por un perdón reclamado por la mayoría de la población catalana, amén de la privación de su principal arma de combate a los independentistas radicalizados.
La coexistencia de estos dos tipos de evaluación de la situación actual, a la luz de dos pensamientos divergentes, sugiere la posibilidad de un equilibrio que se tome en serio los argumentos de ambas partes; tanto la consideración de los principios morales, como de las consecuencias benéficas de los indultos. Es evidente que nos encontramos ante un conflicto moral: por un lado, la prohibición de romper el juramento o promesa de respetar la Constitución en todas sus partes y la consiguiente traición al Estado; por otra parte, prevenir un mal mayor y promover un bien mayor, ambos bloqueados por dichos principios.
La clave del procedimiento es que «se tome en serio» al oponente, en vez de su descalificación sectaria, porque las dos aproximaciones morales son a la vez correctas y limitadas. El respeto de los principios morales desempeña un papel fundamental en la vida corriente de las personas, gobiernan la interacción directa entre unos y otros, determinan cómo tratar al otro y lo que se puede esperar del otro al tratarte a ti, consagra la autonomía de las personas -libres e iguales-, no como un beneficio que se recibe sino como un límite que no debe traspasarse. Aquí el cálculo ganancia/pérdida no cumple ningún papel, como tal principio es un a priori. Pero la convivencia es naturalmente conflictiva, los intereses contrapuestos nos asaltan a cada paso y es en esta faceta de la existencia donde el cálculo ganancia/pérdida juega un papel decisivo. Ante dos situaciones posibles -indulto sí/indulto no- la forma pragmática de determinar la salida es comparar los beneficios y los perjuicios de adoptar la una o la otra y ver cuál de las dos arroja las mayores ventajas.
Más fácil decirlo que hacerlo porque, hágase lo que se haga, el dilema moral no se resuelve en ninguno de los dos casos y persistirá tras el potencial compromiso entre las partes. Lo que no se suele tener en cuenta, porque no es visible, es que todo río tiene una tercera orilla; lo que nocionalmente conocemos como el fondo. Hay que ir al fondo de las cosas para obtener una visión que vaya más allá de lo dogmático o lo pragmático. Hay un tercer elemento que es decisivo a la hora de determinar nuestra actitud moral: la cultura en la que hemos nacido y crecido, una cultura que remonta siglos de nuestra historia. En los países occidentales esa cultura recibe el nombre de humanismo, y yo entiendo aquí por humanismo la conjunción entre responsabilidad y compasión. La decadencia de los valores humanistas se hace notar, especialmente, en la ausencia de compasión en la esfera pública; la idea de compasión no entra en los cálculos político-económicos y se echa de ver en la esfera social. Sin embargo, a mí juicio, sólo la compasión consigue superar el dichoso dilema aquí reseñado.
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