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Mosqueado. Ese era el estado en que me encontraba al salir el viernes de los Campos de Sport acompañado por los Ivanes (mi hijo y nieto). Habían transcurrido 25 minutos desde que la expulsión de Mario provocó una explosión en cadena. Hasta entonces había sido ... el aficionado del Racing más feliz que podía haber en el campo. También mi hijo y nieto, exigentes con el Racing hasta hacerme contar hasta mil en un minuto en más de una ocasión, aplaudían constantemente y me miraban y los tres rebosábamos felicidad. Hasta me atreví a soltar la bufanda al viento sin complejos. Me sentía como un rey, lleno de orgullo y satisfacción en esta tarde futbolística de nuestro equipo. Bueno; alguna cosa había por ahí suelta, de Yoda o Figueras, y del contrato de Buñuel no digo nada por si me leen. Hasta Luca estaba tranquilamente aclarando el pensamiento de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mis circunstancias». Todo tenía pinta, por fin, de una victoria acompañada además de buen juego.
Cuando en el minuto 75 Mario perdió el conocimiento y fue expulsado, el pandemonio que se montó fue estratosférico. Se pasó de ser un equipo solvente a no saber a qué jugar. Estábamos con uno menos real, pero también con alguno más virtual; ocupando sitio físico, pero sin participar en nada.
Se le unió a todo ello una disposición de los jugadores manifiestamente mejorable si se hubiera dejado una referencia en ataque para no sufrir el agobio que se quería evitar. Pero una vez más, y van no sé cuantas... Noveno gol de cabeza recibido y cuarto a balón parado.Esta vez fue Olaortua quien quedó en entredicho. Después llegaron tres córners más rematados por el rival, ya con tres centrales racinguistas en el campo, lo que no impedía que fueran avasallados por el ímpetu de sus rivales. El barco verdiblanco hacia aguas por todas las partes y Cejudo, que podía haber intentado poner un poco de orden e inteligencia, llevaba sentado un buen rato en el banquillo, después de una buena actuación, para cumplir con el cambio que se hace de forma recurrente mirando el DNI.
Una vez más el Racing se veía afectado por el primer inconveniente. Mirándose los unos a los otros unos mientras Sergio Ruiz seguía completando un excelente trabajo hasta el final, pero sin ejercer liderazgo. El equipo había entrado en barrena. Una jornada menos y otro partido más desperdiciado por la fragilidad anímica de este grupo en esta situación.
Es tal el recelo en el que ando metido que después del estropicio anímico que me produjo el viernes pasado el representativo que intento aplicársela a todo lo que se mueve dentro del Racing para buscar así la mejora. Me preguntaba lo poco que ayuda Luca en el juego aéreo, cuando siempre se ha dicho que en el área pequeña el balón es del portero. O, por tocar al otro insustituible, veo que indudablemente Yoda tiene buenas condiciones, pero otra cosa es que entienda el juego. Que a Mario, un jugador de equilibrio, su afán le está llevando a la desproporción. Que ocultar los entrenamientos detrás de la puerta cerrada nos remite a unos domingos en los que observamos que la sangría de remates de cabeza contra la portería no cesa. Sí; estoy mosqueado ¿Hay alguna prohibición?
Cuando en el minuto 75 Mario perdió el conocimiento y fue expulsado, el pandemonio que se montó fue estratosférico. Se pasó de ser un equipo solvente a no saber a qué jugar. Estábamos con uno menos real, pero también con alguno más virtual; ocupando sitio físico, pero sin participar en nada.
Se le unió a todo ello una disposición de los jugadores manifiestamente mejorable si se hubiera dejado una referencia en ataque para no sufrir el agobio que se quería evitar. Pero una vez más, y van no sé cuantas... Noveno gol de cabeza recibido y cuarto a balón parado.Esta vez fue Olaortua quien quedó en entredicho. Después llegaron tres córners más rematados por el rival, ya con tres centrales racinguistas en el campo, lo que no impedía que fueran avasallados por el ímpetu de sus rivales. El barco verdiblanco hacia aguas por todas las partes y Cejudo, que podía haber
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