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Cuando escribo sobre el déficit o superávit con que la autonomía de Cantabria cierra sus años presupuestarios, siempre recuerdo la siguiente anécdota, seguramente apócrifa, pero que incluso se atribuyó a un obispo anglicano de Oxford. Cuando en el siglo XIX explicaron al clérigo y a ... su esposa la teoría de la evolución de Charles Darwin, y sus implicaciones para el relato bíblico del origen de la humanidad, la mujer espetó con franqueza: «¡Ojalá no sea cierto y, si lo es, ojalá no se entere mucha gente!» No era una vana esperanza: 160 años después, todavía hay una muchedumbre que discute la evolución de las especies. (Debe de ser por los españoles, que no acabamos de evolucionar).
Espero que no sea usted como la ocurrente protagonista de esta historia, porque así podrá comprender mejor el hecho de que es muy probable que, en dos años dificilísimos para muchos negocios y trabajadores de Cantabria, nuestra autonomía deje sin emplear una suma tan considerable como 350 millones de euros, que se podría haber gastado perfectamente, sin pisar la raya continua ni saltarse un stop. Solo hacían falta ganas y trabajo. No sabemos cuál de los dos falló, o si colapsaron al alimón. Pero este es el suceso, difícil de explicar: la Cantabria oficial fallándole a la real en una suma portentosa que podría haber asegurado actividad y creado empleo, también mejorado servicios públicos esenciales.
A diferencia de la señora del obispo anglicano, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) sí quiere enterarse de la evolución presupuestaria de Cantabria, sobre la que realiza periódicos informes. Aunque tengo mis dudas de si quiere que «se entere mucha gente», pues no basta con subir unos archivos a Internet. Hay que ser más proactivo, si la calidad de nuestra democracia tiene que ir mejorando en virtud de una información objetiva y profesional.
Pues bien, la sucesión de los informes de AIReF sobre Cantabria del 3 de diciembre de 2020 y del 8 de abril y el 15 de julio de este año es muy pintoresca. Lo menos que puede decir un lector de esos informes es que la mucha o poca confianza que AIReF pudiera tener en el realismo presupuestario cántabro ha quedado destruida por completo. En diciembre de 2020 la Autoridad daba por buena la idea de Cantabria de una previsión de déficit del 0,6% del PIB cántabro (un exceso de unos 85 millones de euros en los gastos comparados con los ingresos). Pero hete aquí que el año se cerró con superávit de 65 millones, un 0,5% del PIB. ¡Superávit! Es decir, no solo no se alcanzó el déficit de referencia, comúnmente aceptado para la lucha contra el covid-19 y la recesión económica, déficit que hubiera autorizado a gastar unos 156 millones extra, sino que además la autonomía acabó con «beneficios». A la Cantabria oficial le tocó el Euromillones mientras la real no tenía ni para un cupón de la Once.
Es decir, 156 millones extra que no quisiste gastar y 65 millones ordinarios que ahorraste, suman 221 millones sin emplear en 2020, el año de la catástrofe social.
Al ver estas cifras, los analistas de la AIReF se sulfuraron intelectualmente y empezaron a monitorizar de cerca una autonomía tan lejos de gastar lo que presumía. Y es que para 2021 se repetía nuestra previsión del 1,1% de déficit. Pero ahora las gentes de la Autoridad dijeron en abril, más o menos, «y un jamón»: el déficit sería mucho menor, de solo un 0,1%, por incapacidad de gasto y por mejora de ingresos. Esto significa que, pudiendo gastar este año 156 millones extra, solo se utilizarían de ese margen 14 millones.
Y no era un pasajero mosqueo de los técnicos de Madrid ante semejante derrape en las previsiones de Cantabria. El 15 de julio, al actualizar sus estimaciones, volvieron a la carga. Una ligera corrección al alza (ahora prevén el 0,2% de déficit, o sea 28 millones), pero el mismo argumento contundente: una divergencia brutal entre lo que la autonomía afirma que va a realizar y lo que AIReF estima, a la vista de los antecedentes y de la marcha del primer semestre, que realmente se va a ejecutar. En sus propios eufemismos: la AIReF «se distancia significativamente de las estimaciones del presupuesto autonómico». Es que la autonomía estaría despreciando olímpicamente este mismo año otros 128 millones del margen de déficit.
Si la Autoridad acierta con esa segunda previsión, resultará, en resumidas cuentas, que en el bienio 2020-2021 Cantabria podría haber empleado legítimamente contra la crisis un margen de 350 millones de euros (los 221 del año pasado y los 128 de este), pero... no lo ha hecho.
Son una extraña celebración de los 40 años de nuestra autonomía, estos millonarios cañonazos a las partes más frágiles de nuestra sociedad. Con ellos se podría haber ayudado a muchas empresas, autónomos y trabajadores con generosidad, o enviado un cheque a los hogares más damnificados, como Macron en Francia para 6 millones de afectados por la subida eléctrica.
He aquí un recorte de 350 millones en dos años, cuyo motivo no es ninguna norma europea ni nacional, ni la socorrida perfidia de los neoliberales, sino la propia insolidaridad e incapacidad de la región para consigo misma.
Ya el hecho sorprendente de que estos temas no sean comentados con regularidad por nuestros economistas, juristas, politólogos y demás expertos, es un signo de que estas situaciones no solo son posibles, sino además en cierto modo merecidas. Como decía Ortega en La rebelión de las masas, toda realidad ignorada prepara su venganza. En nuestro caso, desoladora por asoladora.
¿Dónde están las manifestaciones sindicales y de colectivos varios? ¿Ya forman parte de la Cantabria oficial o «suboficial», y se desentienden tan rápido de la real, que es la que se está quedando a dos velas sin 350 millones? Mientras se libren del recorte o lo indulten por tribalismo, siempre podrán rogar con esperanza, como aquella esposa del obispo: «¡Ojalá no se entere mucha gente!»
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