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Cuando hemos hablado de los virus en general, y del coronavirus en particular, hemos comentado que están compuestos por dos o tres partes diferente: un ácido nucleico, una cubierta de proteínas, la cápside, y una bicapa de lípidos, la envoltura vírica, que no ... siempre aparece.
La esencia del virus está contenida en el ácido nucleico, que puede ser ADN o ARN; en ambos casos puede tratarse de una sola cadena o de dos. En el caso del coronavirus, ya hemos comentado que el ácido nucleico es ARN monocatenario. Un ácido nucleico es una secuencia muy larga en la que se van repitiendo cuatro bases nitrogenadas distintas. Si asignamos una letra a cada una de esas bases, lo que nos encontramos es un texto que codifica las instrucciones para fabricar las proteínas víricas. Es un texto muy largo, formado por cuatro letras, que se decodifica en unos orgánulos de la célula infectada, los ribosomas.
El proceso de replicación del coronavirus implica también la fabricación de numerosas copias el ARN. En ese proceso se pueden producir errores, en los que una letra se cambia por otra: eso es una mutación. De hecho, en el momento en que un virus empieza a replicarse en un organismo, las mutaciones se empiezan a acumular.
Cada uno de los aminoácidos de una proteína se expresa mediante una secuencia de tres letras en el ARN, pero muchas veces hay secuencias distintas que codifican el mismo aminoácido, por lo que es posible que al cambiar una letra del código, el resultado no varíe. Por otra parte, las proteínas son estructuras muy complejas, con gran cantidad de aminoácidos en su secuencia; también es posible que al cambiar uno de ellos la proteína no pierda su funcionalidad. El virus puede acumular muchas mutaciones sin que su efecto sobre los organismos se altere.
Estudiar las mutaciones en el genoma de un coronavirus nos ayuda a seguirle la pista, a entender de dónde viene y cómo se ha expandido, son una fuente importante de información. Pero, en la lucha contra un virus, las mutaciones son un problema. Si utilizamos un antiviral, las mutaciones pueden facilitar la aparición de resistencias. Si empleamos una vacuna, las mutaciones pueden hacer que perdamos la inmunidad, como vemos cada año con la gripe. Además, pueden alterar la virulencia de la enfermedad, aunque por ese lado también se abre una puerta a la esperanza: el parásito de éxito no mata a su huésped, así que la evolución premia a las mutaciones menos virulentas.
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