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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre qué pasaría por las cabezas de las gentes que se manifestaron el 16 de agosto en Madrid contra el uso de mascarillas y demás medidas adoptadas por gobierno y comunidades autónomas, para intentar contener los ... rebrotes de la pandemia. Yo pensaba que las ideas conspirativas de las que hablan eran ocurrencias de algún gracioso aburrido que las había puesto a circular para que, de puro absurdas, se hicieran «virales», al modo de memes jacarandosos que buscan arrancarte una sonrisa. Pero no; como sucede a veces con esas pesadas cadenas que a todos nos han llegado alguna vez anunciando cuantiosas fortunas o terribles catástrofes, según las propagues o las hagas morir en tu teléfono, siempre hay quien se lo toma en serio y, optando por el primer camino, inunda los móviles de sus contactos.
Tal parece haber sido el caso de quienes niegan que el covid-19 exista o que haya que tomar medidas drásticas contra él. Aseguran que todo es mentira, un montaje de oscuros poderes fácticos a los que obedecen los gobiernos, para controlar, si no diezmar, a la población mundial y aprovecharse de importantes intereses económicos. Por supuesto, no aportan ni una sola prueba de que ello sea así, más allá de la paradójica evidencia de los ya millones de afectados y fallecidos en todo el globo por causa de este coronavirus.
Su actitud, definida por los expertos como «negacionismo», mezcla en su desbarro no ya churras con merinas, sino vacas con quimeras. Por ejemplo, aseguran que la incipiente red de datos denominada 5G será el medio de transmisión masiva del virus que esas fuerzas ocultas pretenden inocularnos, junto con un microchip fabricado por conocidas multinacionales, que nos hará obedientes, por lo que hay que frenar su despliegue; asimismo, que los medios tradicionales de prensa y los gobiernos de todos los países –parte de lo que llaman «el sistema»– están confabulados entre sí para domeñar a la población mundial, a través del miedo, e impedir que piense por sí misma; en fin, aseguran que las vacunas son la forma eficaz, no de preservar a la población de un posible contagio, sino de materializar aquellos intereses económicos y crear un «nuevo orden mundial», por lo cual rechazan, por el mismo precio, todas.
Las pancartas exhibidas por los manifestantes así lo corroboraban. Podías leer cosas como estas: «Libertad, no al confinamiento, no a las mascarillas, no a las vacunas asesinas, no al nuevo orden mundial»; «Sin tele no hay pandemia: no más mentiras, no más bozales, no a los test PCR, no a las vacunas. Manipulación y sumisión a consciencia, sin evidencia y sin ciencia»; «El sistema controla a través del miedo. La prensa manipula. Despierta»; «No vacuna, no 5G, no mascarilla»; «Las multinacionales tienen licencia para matar despacio. No a la vacuna obligatoria covid-19»... Y más por el estilo. O sea, todo dislate contrario a realidad y sentido común.
A todo esto, algunas figuras mediáticas que, para más inri, han experimentado en sus familias los peores efectos de la enfermedad, han jaleado a los manifestantes y siguen jaleándolos, a pesar de que su temeridad al incumplir toda medida de seguridad ya ha provocado muchos nuevos contagios e incluso ingresos hospitalarios. Un completo despropósito de posibles graves consecuencias.
Lo curioso de esta situación es comprobar que hay personas, aparentemente formadas, que dan más importancia a capciosos mensajes que reciben en sus teléfonos y credibilidad a «famosos» de pacotilla, que a advertencias y pruebas ofrecidas por instituciones oficiales y medios de comunicación serios y veraces, tachados de mentirosos y sometidos al poder; parecen creerse más listos que nadie por fiarse de sus mundos virtuales y seguir sus propias reglas, sin darse cuenta de que también ellos están siendo manipulados. La realidad paralela en la que viven ha penetrado definitivamente, a través de sus dispositivos, en sus mentes y les hace comportarse como si fueran ajenos a lo que ocurre a su alrededor; con ello se pierden el respeto a sí mismos y, lo que es peor, a los demás.
Las autoridades deberían hacer un mayor esfuerzo informativo (no de propaganda) para combatir a tanto iluminado y falsedades tan funestas, pero también deberían aprender de sus propios errores: si la manifestación del 8M pudo pasar por ser una infausta equivocación de incautos, la autorización de la de los negacionistas fue, sin duda, un error insensato y evitable, pues ya cabía prever a qué iban los participantes.
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